Para el autor neo-fascista José Luis Ontiveros, la veneración por las causas perdidas supone el desinterés y la incondicionalidad de quien ya no tiene nada que perder. Este esteticismo romántico no pretende triunfar políticamente porque parte de la premisa de la abnegación y el sacrificio, traduciéndose en una búsqueda de la belleza y el saber morir.
Ontiveros sugiere que la entrega a las causas perdidas –aquellas que fueron lo suficientemente nobles como para no poder resistir su triunfo– representa el avanzar sobre el campo en que los muertos reflejan sus rostros a la luz de la sangre, el ser leal en toda prueba. Según el vanguardista español Ernesto Giménez Caballero, la derrota histórica del fascismo es el signo de su futura victoria, refiriéndose a sus acólitos como «vencidos de ayer, vencedores de mañana», cual lo afirmara Sancho a Don Quijote.
Esta estetización de la militancia adquiere un sentido salvífico y metapolítico distanciado de la conquista del poder político, enfocado en encontrar más allá de la palabra la purificación mediante el dolor que hace que toda causa se encumbre sobre sí misma.
Esto también significó que la realización de la verdadera plenitud espiritual de la causa perdida no podía surgir sino tras su derrota, situación comparable a la del héroe derrotado cuyo sacrificio le convierte en un mártir quien elige el fracaso victorioso a la derrota exitosa.
En amar a las causas perdidas reside el secreto incorruptible de la victoria espiritual, la única, la verdadera; pues la derrota es el triunfo que nunca acaba.