HOMENAJE A JOSÉ LUIS ONTIVEROS A 69 AÑOS DE SU NACIMIENTO
A Agustín Cadena, compañero en la trinchera literaria y en la lucha cultural para decapitar a la estatua de bronce de la civilización de la Usura.
La punta de lanza de la producción narrativa de José Luis Ontiveros (Córdoba, Veracruz, 28/12/1954 – Ciudad de México, 27/05/2015) la constituye la novela El Hotel de las Cuatro Estaciones, la cual tuvo su aparición en el año de 1995 bajo el sello de la Universidad Autónoma Metropolitana, Colección Molinos de Viento y que fuera editada por “El Águila Negra” de la literatura mexicana, el escritor René Avilés Fabila (Ciudad de México, 15/11/1940 – Ciudad de México, 9/10/2016). Sobre la concepción de esta biografía ficcionada puedo aventurar, como una de sus posibles motivaciones, una conversación que sostuve con José Luis cuando en su vitrina literaria ya se encontraban disponibles sus libros de relatos La Treta de los Signos (SEP/CREA, Letras Nuevas, 1986) y Cíbola (UV, Ficción, 1990), y cuya serie la completaría El Húsar Negro (Fontamara, 1999), conformando una trilogía de la que estaba orgulloso y que consideraba lo más logrado de su creación literaria en el marco de lo que él definía como “el reino imbatible de la imaginación”; en esa oportunidad le pregunté —tomando en cuenta sus grandes dotes como escritor— los motivos por los que no se había aventurado en la narrativa de largo aliento, haciendo una referencia directa al campo de la novela; él me contestó, de manera borgiana, que en el ámbito del cuento se sentía más cómodo porque este género constituye, en sí mismo, un universo al que no le falta ni le sobra nada; en cambio el desarrollo de la novela se ve entorpecido por pasajes accesorios que desvían y, en cierta forma, dificultan el desenvolvimiento de su trama central.
Sin embargo, venciendo su reticencia para abordar ese género narrativo, en los albores de los años 90, cuando aún trabajábamos en el Ministerio del Interior, José Luis nos dio la primicia a unos pocos allegados de que había concluido su novela El Hotel de las Cuatro Estaciones; esta obra, independientemente de su filiación ideológica contra el mundo de la usura, reviste —a todas luces— un logro extraordinario al conseguir que su introducción y sus ocho capítulos se puedan leer de manera lineal, pero también de forma independiente o aleatoria; es decir, que su lectura se puede abordar, indistintamente, en el orden como se presenta en el texto, o bien, por capítulos salteados o intercambiables a la usanza vanguardista como si se tratara de un “mecano” narrativo, estructura dúctil que, probablemente, se la debemos a que José Luis —durante su estancia en la ciudad de Madrid donde estudió Periodismo— entabló contacto con el escritor Ernesto Giménez Caballero, “Gecé” (Madrid, España, 2/08/1899 – Madrid, España, 14/05/1988) en sus tertulias literarias llevadas a cabo en el café La Ballena Alegre que se constituyó como la plataforma más importante de la vanguardia española. Estoy cierto de que ese logro escritural es una de las hazañas conquistadas por Ontiveros en su primera y única novela, a lo que debemos sumar su habitual maestría para construir una prosa en la que combina la belleza poética con la crudeza de lo esperpéntico que lo liga a escritores del linaje de Ramón del Valle Inclán (Villanueva de Arosa, España, 28/10/1866 – Santiago de Compostela, España, 5/01/1936) y de Louis Ferdinand Céline (Courbevoie, Francia, 27/05/1894 – Meudon, Francia, 1/07/1961), esto sin dejar de lado el vasto conocimiento enciclopédico que poseía y que abarcaba disciplinas tan distintas como la historia, la numerología, la literatura y el esoterismo.
Resulta una constante en los relatos de este forajido de las letras, como en los libros que le dedica al ensayo, que aborde los aspectos biográficos de algún personaje, ya sea real o inventado; en ese aspecto esta novela no se aparta de esos parámetros, cuyo carácter plenamente narrativo se acentúa porque Ontiveros omite el uso del diálogo y se erige como un escritor omnisciente, lo cual hace que —mediante esta técnica discursiva—, la cual podría ser más propia del relato breve, se le considere a esta obra un cuento largo, o bien, una novela corta.
Igualmente es interesante mencionar que en la factura de esta obra es determinante la influencia benéfica del escritor lusitano José María Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, Portugal, 25/11/1845 – París, Francia, 16/08/1900), creador de esmeradas novelas y de laboriosos relatos, y del que José Luis emula la riqueza del lenguaje y la complejidad artesanal de su exigente y espléndida escritura. De entre la gama de personajes que pertenecen a la galería ontivérica es patente su predilección por las figuras del sacerdote, el militar y el santo. Esta novela no será la excepción, ya que en esta biografía novelada de Rudolf Hess (Alejandría, Egipto, 26/04/1894 – Berlín, Alemania, 17/08/1987), este personaje se erige como un líder espiritual y un monje guerrero incomprendido, quien —apelando a los designios de su corazón, extremadamente noble— emprendió un viaje en solitario para cruzar el Canal de la Mancha e intentar, en una “misión humanitaria”, que el Tercer Reich firmara la paz con Inglaterra; sin embargo, tras eyectarse de su avión caza Messerschmitt Bf 110, fue hecho prisionero para finalmente ser juzgado de forma sumaria por el Sanedrín de Nürenberg, permaneciendo —por más de 40 años— en la cárcel de Spandau hasta que le sobrevino la muerte.
En este punto, cerrando el círculo del ouroboros que muerde su cola, en el primer capítulo de esta trascendente novela, Ontiveros hace un paralelismo entre los personajes del Marqués de Sade (París, Francia, 2/06/1740 – Saint-Maurice, Francis, 2/12/1814) y el de Rudolf Hess, ya que el escritor galo fue uno de los últimos presos de La Bastilla, consiguiendo su libertad unos días antes de que esta prisión fuera tomada por las huestes revolucionarias, mientras que Rudolf Hess sería el recluso postrimero en la fortaleza de Spandau. José Luis enarbola en esta obra la tesis de que el lugarteniente del Führer jamás fue doblegado en su ser interno y que constituyó, con su sufrimiento y su actitud inquebrantable, al último mártir del siglo XX, quien finalmente —a los 94 años de edad— fue entregado en holocausto a la serpiente de Sión, en el que fue privado de la vida mediante un crimen ritual por ahorcamiento.
De lo expresado anteriormente puedo añadir que esta novela sería, a la postre, el trabajo narrativo más laborioso que emprendió José Luis Ontiveros y a quien muchos críticos le achacaron, a manera de reproche, que su estilo era similar al que empleaban los escritores del siglo XIX, señalamiento que, en lugar de disgustarle, le complacía en virtud de que consideraba que la literatura actual estaba plagada de obras desechables y “best sellerescas”. Al respecto podemos mencionar que esta novela, a casi tres décadas de su aparición, aún se encuentra vigente y seguirá estándolo gracias a sus innegables virtudes artísticas y literarias, cuya lectura resulta imprescindible para todo aquel que pretenda forjarse un criterio autónomo que sea independiente del pensamiento único y de sus antivalores, los cuales cancelan toda forma alternativa de concebir al mundo. Disfruten —y a la vez padezcan— este arte narrativo cuya escritura fue acuñada en las fraguas de Vulcano, en el rayo lancinante de Júpiter y en el espejo deslumbrante de Afrodita.