Es en nuestra lucha contra la amor profesoral por el pasado que negamos violentamente el ideal y doctrina de Nietzsche.
Quiero demostrar aquí que los periódicos ingleses estaban absolutamente errados al considerarnos nietzscheanos. Bastará con examinar la parte constructiva de la obra del filósofo alemán para convencerse de que su superhombre, nacido del culto filosófico a la tragedia griega, presupone un apasionado retorno al paganismo y la mitología en su padre. Nietzsche permanecerá, pese a todos sus impulsos hacia el futuro, uno de los más firmes defensores del esplendor y belleza antiguos.
Es un tradicionalista que camina en las cumbres de montañas tesalonisenses, sus pies, tristemente estorbados por largos textos griegos.
Su superhombre es un producto de la imaginación helénica, compuesto por los cadáveres podridos y hediondos de Apolo, Marte y Baco. Es una mezcla de belleza elegante, belicosa fuerza, y extasis dionisíaco, como se nos ha revelado en el gran arte clásico.
Oponemos a este superhombre griego, engendrado en el polvo de las bibliotecas, el hombre multiplicado por sí mismo, enemigo del libro, amigo de la experiencia personal y estudioso de la máquina, incansable cultivador de su voluntad, lúcido en el destello de su inspiración, armado de instinto felino, cálculos letales, instinto salvaje, intuición, astucia y temeridad.
Los niños de la presente generación, que viven en medio del cosmopolitanismo, la marea sindicalista y el vuelo de los aviadores, son los primeros bocetos del hombre multiplicado que estamos preparando.
Para ocuparnos de él, dejamos a Nietzsche, una tarde de diciembre, en el umbral de una biblioteca que aprisionaba al filósofo entre sus hojas de erudita y reconfortante calidez.
Ciertamente, Nietzsche no vomitaría del disgusto, como nosotros, leyendo en las fachadas de museos, academias, bibliotecas y universidades estos infames principios, grabados con la tiza de la imbecilidad.
«¡NO PENSARÁS MÁS!
¡NO PINTARÁS MÁS!
¡NO CONSTRUIRÁS MÁS!
¡NADIE PODRÁ SUPERAR A LOS GRANDES MAESTROS!
TODA ORIGINALIDAD QUEDA PROHIBIDA.
NO QUEREMOS LOCURAS NI EXTRAVAGANCIAS: ¡QUEREMOS COPIAS, COPIAS Y MÁS COPIAS!
¡PARA CONQUISTAR EL PARAÍSO DEL ARTE DEBEMOS IMITAR A NUESTROS SANTOS!»
No dormimos esa noche, y al amanecer escalamos las puertas de academias, museos, bibliotecas y universidad para escribir en ellas, con el heroico carbón de las industrias, esta dedicatoria, nuestra respuesta al clásico superhombre nietzscheano:
«AL TERREMOTO
SU ÚNICO ALIADO
LOS FUTURISTAS DEDICAN
LAS RUINAS DE ROMA Y ATENAS»
Ese día, las murallas del viejo erudito fueron súbitamente sacudidas por nuestro grito:
«¡Ay de aquel que se deja llevar por el demonio de la admiración! ¡Ay del que venera e imita el pasado! ¡Ay del que vende su genio!»
¡Debemos combatir con fiereza a estos tres enemigos irreductibles y corruptores del arte!: la imitación, la prudencia y el dinero, enemigos que se reducen a uno solo: la cobardía.
Cobardía ante ejemplos admirables y fórmulas adquiridas. Cobardía frente a la necesidad de amor y el miedo a la miseria.
¡POETAS, PINTORES, ESCULTORES, MÚSICOS, DEBEN LUCHAR!
¿No luchamos acaso esta mañana, levantándonos de nuestras camas, contra un principio de inercia y sueño? Admitamos, pues, que el mundo no necesita más que heroísmo, y disculpa con nosotros el hermoso gesto de sanguinaria indisciplina de aquel estudiante de Palermo, Lidonni, que se vengó, a pesar de las leyes, de un profesor tirano y estúpido.
Los maestros, viejos y atrasados, son los únicos responsables de ese asesinato, ellos, que quieren sofocar en viles alcantarillas la energía indomable de la juventud italiana.
¿Cuándo terminarán de castrar a los espíritus que han de crear el futuro?,
¿Cuándo terminarán de enseñar la embrutecedora idolatría de un pasado insuperable a los niños de los que quieren hacer, a toda costa, pequeños cortesanos trabajadores?
¡Apresurémonos a rehacerlo todo! ¡Debemos ir contra la corriente!
Pronto llegará el momento en que no bastará defender con puños y bofetones nuestras ideas, y tendremos que lanzar el ataque en nombre del pensamiento, el ataque artístico, el ataque literario contra esta costra glorificada y los tiránicos profesores.
Pero la cobardía de nuestros enemigos, tal vez, nos ahorre el lujo de matarles.
Estas no son paradojas, ¡creedme! Italia debe ser sacada a cualquier costo de esta crisis de cobardía tradicionalista.
¿Qué dicen, por ejemplo, de este proyecto futurista de introducir en todas las escuelas un curso de riesgos y peligros físicos? Los niños serán sometidos, quiéranlo o no, a la necesidad de enfrentarse continuamente a una serie de peligros, cada uno más aterrador que el anterior, ingeniosamente preestablecidos y siempre imprevistos, como incendios, ahogamientos, derrumbes de techos y otros desastres. ¿Es acaso una locura? ¡Bien!
Muchos de nosotros creemos que, hoy, el talento y la cultura fluye por las calles, sólo falta el coraje: valor muy deseado, pero casi inalcanzable.
Coraje, esa es la materia prima necesaria si, según la gran esperanza futurista, toda autoridad, todo derecho y todo poder han de ser brutalmente arrebatados a los muertos y moribundos y entregados a jóvenes de entre veinte y cuarenta años.
Mientras esperamos la guerra con Austria, a la que invocamos, no encontramos nada interesante en la tierra más que las bellas, y casuales muertes de los aviadores, que ocurren todo el tiempo.
Blériot tenía razón al exclamar: «¡Aún nos faltan cadáveres para progresar!».
Se necesitarán los suficientes para llenar el Océano Atlántico, en mi opinión, porque no le damos a la vida humana otra importancia que la de una apuesta arriesgada en el turbio garito de la muerte.
¡Tan sólo amamos la sangre que brota de las arterias, todo lo demás es cobardía!
Debo advertirles que, por todas estas buenas razones, no somos amados por la gente sabia, razonable y bien conducida; magistrados y policías nos acechan, los curas se alejan cuando nos ven pasar, y los socialistas nos odian intensamente.
¡Todo este odio y desdén es recíproco, pues les despreciamos como indignos representantes de estas puras e inverosímiles ideas: justicia, divinidad, igualdad y libertad!
Estas ideas puras y absolutas, mas propensas a corromperse que cualquier otra, no pueden ser encarnadas por los hombres de hoy.