HOMENAJE A RUBÉN SALAZAR MALLÉN EN EL VIGÉSIMO CUARTO ANIVERSARIO DE SU MUERTE.
Rubén Salazar Mallén (Coatzacoalcos, Veracruz, 09/07/1905-Ciudad de México, 20/06/1986) poseía una relampagueante inteligencia y una convicción profunda para defender sus ideas hasta sus últimos bastiones; su misión era la de un elegido destinado a iluminar las conciencias y abatir la injusticia del denso mundo material. Su destino de antihéroe estaba signado por la inconformidad y la rebeldía a ultranza, hecho que se recrudeció viviendo en un “plan de solitario”, de lobo en la espesura del bosque y de un ateísmo salvaje que lo hace descreer de la trascendencia del alma más allá de la muerte, pero sin excluir los valores inmarcesibles y excelsos de la espiritualidad humana. Esta inconformidad lo llevó también, como a Nietzsche, a proclamar la muerte de Dios y a expresar que si existe es un “hijo de la chingada”; con este derrumbe ideológico ejemplifica también lo coercitivo de los cánones y lo obsoleto de su axiología que siempre rechazó, no obstante que a su vida la rigiera un exigente código caballeresco y dandístico.
Su posición de solitario le hacía mirar al mundo desde un punto de vista crítico y demoledor, a denunciar desde dentro las anomalías y corruptelas del aparato del poder, el cual se solaza jugando con las conciencias y las ambiciones de los hombres que son como las hojas y el polvo que arrastra la ventisca; esta situación se expresa claramente en su novela El paraíso podrido, publicada en 1987 por la Universidad Autónoma del Estado de México, en la que Salazar Mallén enaltece a las viejas virtudes, las “que convirtió en cenizas el siglo (y que) son su ciudadela”. Atrincherándose en ellas, abandona su papel de víctima para erigirse en autor de su destino, colocándose en un estado de conciencia superior, en el que la posesión del propio destino y su afirmación es determinante para transformar al hombre de un antihéroe mítico en un héroe contemporáneo, el cual defiende las causas elevadas combatiendo el aliento pestífero del dragón, el cual adormece el raciocinio y las voluntades débiles de la clase burguesa.
La obra de Salazar Mallén está marcada por una feroz crítica al sistema y por un intento demoledor de arrasar con las estructuras obsolescentes de la sociedad moderna. Su militancia anarquista comienza y termina en el punto donde el perro muerde su cola en el año de 1944, tránsito que constituye un proceso enriquecedor, pletórico de experiencias y anécdotas, que se alimentó con su paso por el comunismo y el fascismo¹, posturas ideológicas que adoptó para servirse de ellas como trinchera, como el escondite del tigre acechante que se apresta a lanzar su ataque definitivo; es ahí donde el maestro se transmutó alquímicamente en un guía espiritual que muestra a sus discípulos el camino, enseñándoles a blandir la espada de la inconformidad en contra de la cultura del establecimiento y de los sistemas opresores del ser humano.
En ese peregrinar por diversas posturas militantes, Salazar Mallén se percata de que el comunismo es la máscara del despotismo y de que el capitalismo encarna a su gemelo enemigo, cuyos gobiernos globalistas son su encarnación maligna y nociva, ya que como él mismo establece en su novela El paraíso podrido, “los déspotas presumen de demócratas y revolucionarios”, levantando con su farsa y con su indigno proceder las estatuas carcomidas y falaces de la democracia.
Colocándose en este punto crítico arranca su novela anticomunista Camaradas, la cual se publicó por Edición Metáfora en el año de 1959, aunque sus primeros capítulos, con el nombre de Cariátide, su versión más extendida que finalmente entregaría a las llamas², fueron publicados en los números 1 y 2 de la revista Examen en agosto y septiembre de 1932, desencadenando una persecución judicial³ en contra de él y de Jorge Cuesta (Córdoba, Veracruz, 21/09/1903-Ciudad de México, 13/08/1942), quien era el fundador y editor de la revista. En dicha obra Salazar Mallén expone los mecanismos de propaganda y de obnubilación de las conciencias que utilizaba el comunismo en México durante los años 30 y que no han perdido actualidad. Asimismo, hace una aguda reflexión sobre el “pozo sombrío” de la política y de su aparato represivo, retomando la figura histórica de Evelio Vadillo (Ciudad del Carmen, Campeche, 11/05/1904-Ciudad de México, 07/04/1958), comunista incómodo y militante de las juventudes del PCM, quien fuera becado en la Unión Soviética en la Escuela Leninista Internacional para desaparecerlo de la escena política mexicana.
Dentro de la novela Camaradas, dedicada a la memoria de Vadillo⁴, Salazar Mallén expone los subterfugios de la democracia y de cómo se impone de arriba abajo; directriz que se encuentra inherente en el comportamiento revolucionario y en los basamentos del sistema político; por esta razón critica a los líderes del Partido Comunista, quienes se aprovechan de la “carne sucia y pobre” del proletariado; con esta denuncia arrostra los riesgos de la militancia, ya que “para la dignidad no hay ni muerte ni temores”, y acepta el riesgo de convertirse en prisionero de los esbirros de la política, quienes instauran la represión intelectual: “el partido me impide usar la palabra vaticinio. ¿Crees que voy a soportarlo?”.
Caminando en ese desierto quebradizo solo queda una moribunda esperanza que radica en la unión de los combatientes en una lucha común impregnada de fraternidad y camaradería bajo un sentido estoico que exige del verdadero revolucionario “sufrir sin alterarse”, ya que para atesorar los bienes del espíritu es menester sacrificarse prolongadamente, renunciar a la dicha mediocre de los mortales ordinarios en un constante ejercicio de la voluntad y en una penitencia del ánimo. No obstante, en el pecho de Salazar Mallén se ahogaba un grito de decepción, un sentimiento de que es demasiado tarde, “tan tarde que la noche acecha en el cielo”, esa misma noche que se instaura en el firmamento de la edad oscura, dominando el pensamiento y las voluntades blandengues. Desde los escombros de esas ruinas humeantes Salazar Mallén expone, acorde a los lineamientos de la naturaleza y fijando su mirada de águila en el horizonte, que no debemos experimentar sentimentalismos y que “el que pueda salvarse, se salve”.
En su novela Soledad, publicada por Ediciones México en 1944, el personaje eje: Aquiles Alcázar, representa a la figura del antihéroe y, por extensión, al mismo Salazar Mallén, quien simbólicamente se contrapone al héroe homérico; este hecho no lo exenta de entablar su propia guerra en contra de la injusticia que domina al mundo contemporáneo; de ahí que exprese su desilusión porque los virtuosos ceden su paso a los perversos y los inteligentes a los estúpidos, porque “todo en la vida ha sido organizado en servicio de los perversos, (en ella) todo es canallesco o idiota”, incluso las fuerzas del demonio, que de lo contrario nos harían correr fácilmente a la venganza; sin embargo, Salazar Mallén siempre fue objeto de la inquina al serle aplicados, por parte de la dictadura del pensamiento, el ninguneo y el silencio lapidario, de ahí que surgiera la frase pronunciada por un soberbio Octavio Paz de que “el león se alimenta del cordero” en referencia directa al veracruzano, a quien le había escamoteado sus tesis sobre temas mexicanos como el machismo y el malinchismo, y apuntes biográficos sobre Sor Juana Inés de la Cruz⁵. En este sentido, Salazar Mallén adujo amargamente que “A la postre, el silencio que se hace a los hombres notables, no es sino discolería en México, en donde la perenne humillación personal y la larga humillación histórica han engendrado un profundo resentimiento, Todo aquel que sobresale es odiado por la espesa chusma. Sobre todo el que sobresale en el ámbito de la inteligencia”.
En ese panorama desolador surge la figura del hombre abatido y resignado, la cual es producto de la desilusión provocada por los mecanismos mediatizadores de la sociedad, en la que todo se basa en la apariencia y en hologramas de ídolos falsos que prevalecen en el bullicio de los supermercados y en los escaparates publicitarios y económicos, mientras nos percatamos en lo hondo de que, pese al aspecto luminoso, por dentro están llenos de opacidad y corrosión.
Es por ello que Salazar Mallén reconoce sus deberes y su misión en esta vida, y sabe también que en la lucha y la militancia lo único importante es vencer, para lograr este objetivo se valió del sable y la escritura, convirtiendo la intención en acto puro a fin de atacar, directa y firmemente, a los apóstoles del proletariado y a las élites revolucionarias, quienes al mismo tiempo que pregonan la igualdad social y la justicia, se aprovechan rapazmente y toman lo mejor para sí, ya que se duelen de la miseria, pero la fomentan con su conducta reprobable.
Por todo lo anterior no debemos dejar que a Salazar Mallén le ocurra lo que proféticamente escribe en su novela Soledad acerca de que “los hombres y el mundo no atenden a méritos, la vida se desenvuelve arbitrariamente y los mejores son escarnecidos y olvidados, mientras los peores disfrutan del homenaje”. El hecho de que la reivindicación del honor yazga en el desprecio y la burla es síntoma patológico de que los hombres son incapaces de ver la verdad y se conducen torpemente por los caminos de la venganza.
Más allá de lo que nos pudiera parecer la calidad literaria de su obra⁶ –llena de irregularidades estilísticas y sustentada en una estructura dramática– hay que reconocer que el mejor libro de Salazar Mallén fue el que escribió en las páginas de su propia vida, la cual se erige como un ejemplo de lucha existencial e ideológica, en la que es necesario apreciar su valor combativo de estandarte y alcázar, destinando a ella como a su persona el juicio que en su novela Camaradas pone en labios de su personaje Laura: “Sí, él también quiere la justicia, y, además, la belleza”.