En Memoria de Otto Weininger
"La mujer es el descanso del guerrero"
1.-En Torno a un Neologismo Ginecrocrático:
El libro de Thomas de Quincey, El asesinato es considerado como una de las bellas artes, durante un tiempo provocó escándalo y aprensión en las buenas conciencias; hoy está en boga en la sociedad neomatriarcal en que vivimos, de índole lunar, telúrica, materialista, ctónica y "pragmática", que clamar por el asesinato de las mujeres, que se han transformado en la era del Kali-Yuga, o Edad de Hierro, en súcubos, poderes abisales y enemigas de todo afán heroico y solar, el alertar estentóreamente por su pronto exterminio debido a actos de violencia de los que generalmente se responsabiliza a los hombres.
En este sentido, el uxoricidio -la muerte infligida por un esposo a su mujer- es algo más bien excepcional, no hay Otelos ni Desdémonas ni Yagos, sin embargo, crece una irresistible ola de violencia, que se ceba en las pobres mujeres indefensas, objetos del ultraje, la cobardía y el propósito vindicativo de una horda barbárica de varones sin escrúpulos, que buscan en su eliminación un tipo de catarsis que pudiese ser considerado, -como lo fue el comunismo por la Iglesia Galilea Romana- "intrínsecamente perverso", o producto de desviaciones sexuales u obsesiones el tipo de freudianismo vulgaris a una venganza contra la madre o -en su defecto-, a un trauma de marginación y desdén sufrido en la niñez, que pudiera atribuirse a la carencia de la figura del padre ancestral.
El Hecho resulta notable `puesto que la palabra homicidio, -que debería comprender de acuerdo a la semántica el asesinato de ambos géneros-, según la definición que da el diccionario Larousse, que es el que ahora tengo a mano a falta del Nebrija, del Corominas y el de la Real Academia Española, dada la imperdonable ligereza -anti-ginecrocrática- con que trato tema tan escalofriante y digno de condena, ya que no escaparía a la clasificación de los homínidos como mamíferos primates vivos que incluyen al hombre actual, que tal acto criminal proviene del latín homicida:
"Dícese de la persona que voluntariamente causa la muerte de otra".
Mas el neologismo feminicidio encarna en sí una tipología de la pretendida liberación femenina, bajo la égida del Tirano Clítoris, el único déspota que posee un centro liliputiense, lo que no lo hace por ello menos atractivo, sólo hay que recordar al respecto las imágenes lúbricas del Marqués de Sade, entreveradas fragmentariamente en sus larguísimos discursos de moralina anticristiana, cuando se refiere a la satisfacción obtenida por una fémina privilegiada- detentadora de un largo clítoris- con que sodomizaba a sus cofrades, en el monasterio, donde las monjas se entregaban a ritos orgíacos, lo que daba un tono particularmente excitante a su descripción.
¿Por qué el hombre que, de acuerdo a la tradición provenzal, forjó el amor cortés y el culto a la dama, en su sentido gnóstico de Sophia, ha perdido la caballerosidad, y en su lugar privilegia el brutalismo en el trato con lo que Goethe califica como el "eterno femenino", que "nos eleva hacia lo más alto"...? ¿Qué ha ocurrido en esa transfiguración que se alcanzaba a través de una mística amorosa, -una unitio-, en que el cuerpo, el ánima y el espíritu comulgaban en una estrecha relación erótica y celeste....?
2.-Crisis de la Liberación Femenina:
Desde que Molière escribiera su magnífica sátira teatral "Las mujeres sabias" hasta la reconocida misoginia de Schopenhauer y en especial de Nietzsche, la cultura occidental etnocéntrica y el desarrollo de la usurocracia capitalista, expresada por Engels en su obra "La Transformación del mono en hombre por el trabajo", -título que debería ser al revés para ser exacto, y no una forma de calvinismo- marxiano, como es el caso de ésta contribución de Engels al trabajo servil-, la mujer cayó en la trampa de la revolución industrial y este efecto se ha profundizado con las tecnologías de punta y el igualitarismo democrático-burgués. Entró en la competitividad del aparato productivo, creyendo que su homologación con las tareas propiamente viriles le daban una impronta de inteligencia y audacia, hasta llegar a aberraciones tales como: las boxeadoras, las toreras, las futbolistas y las prostitutas intelectuales.
No hubo ya campo en que la feminidad se resguardara, el hogar, la familia, -en su significación de unidad patriarcal-, protegida por los dioses Lares, y los Númenes, el valor de los Vestales y del fuego sagrado,- en la Roma patricia-, su exaltación como Valquirias, en la mitología nórdica, y teizamiques, en la tradición épica azteca, mismas que obtenían en el parto, acompañando a los combatientes con honor en el campo de batalla, en la brega por el mantenimiento de la luz y del poder radiante del Sol, símbolo que marcaba la formación de lo que podría calificarse como Paideia azteca o Toltecayolt, en que desde el nacimiento se perfilaba el destino, ya que el cordón umbilical del niño se enterraba en el espacio de la guerra sagrada (Xochicayolt) y el de las niñas bajo el fogón.
Así las féminas han terminado desprendiéndose de su propia aura y de la veneración que merecía su devoción, fervor y entrega, en su lugar surgió el propósito de suplantar la conducción del hombre, en gradual usurpación de la misión del varón, en que éste tuvo una profunda e irrecusable connotación de amaneramiento o de la camaradería homoerótica, practica espartana y samurái, (lo que es antípoda respecto al auge institucional de la mariconeria gay). sino en adopción mucho más profunda: la adopción de los valores prácticos, del éxito, de la acumulación de los bienes materiales, del egoísmo social, de la avaricia, deviniendo en siervos y esclavos de pequeñas y pululantes matriarcas de toda laya.
El hombre guardó la espada del Espíritu y se dedicó a cambiar pañales con el mayor decoro "aromatizado" por el olor de la mierdita. El mismo acto sexual, -ya es muy anacrónico referirse a hacer el amor-, perdió el sentido ontológico de la penetración del Espíritu en el alma, de la lanza que se hunde en el corazón, de la espada luminosa que se adentra en la caverna húmeda, para convertirse en un simple acto de acoplamiento hedonista.
De esta manera las mujeres adoptaron los criterios del hombre respecto a lo prosaico, enumerando, así los falos coleccionables, -en una inversión subversiva ninfomaníaca-, que de la clandestinidad pasó a ser la nueva sexualidad promiscua de meretrices aficionadas con su congal doméstico y su raudal de experiencias sórdidas e infrahumanas.
Las amantes ya no son tales, sino dominatrices de las tendencias inferiores, respecto a un hombre desvirilizado, pacifista, dócil, invertebrado, amorfo, -dado a las energías blandas y al neonarcisismo deslizable de una vida mediocre-, sin principios ni fines superiores, cobarde negador de la existencia de la muerte y de su consagración como vía salvífica y guerrera. Vida puramente transitoria en que la dimensión de lo sagrado se ha extirpado y la creencia en una morada eterna más allá del Sol.
Por ello es que la verdadera libertad de la mujer sólo la proteje el Islam, pese a que para la occidentafilicas, el hecho de que la sociedad cortesía y el sentido jerárquico del poder viril, el ámbito de lo femenino, ello sin contar el valor del sufismo en cuanto antecedente del amor cortés y su muy marcada influencia en la mística española y sus metáforas eróticas-teológicas de la mayor altura literaria en lengua castellana.
3.-Destrucción Posmoderna de la familia nuclear cristiana
Todo estos factores han conducido a la sociedad idolátrica occidental que se plantea como paradigma universal y religión laica planetaria, a un tipo de relación puramente superficial, mercantil, basada en el interés utilitario, el consumismo y una forma neoprimitiva del hedonismo, que afecta al centro familiar, ya degradado por el igualitarismo cristiano-democrático, en que el hombre abdica desde un principio de todo valor anagógico, sometiéndose a las imposiciones tiránicas de las matriarcas, que no requieren estar piernudas, que pueden tener patitas de pollo, mas que harán valer su dominio, con medido cálculo, ambición desaforada y una actitud proclive a desechar e intercambiar al varón a la menor falta en que incurra, según su implacable y apodíctico juicio, correspondiente al nuevo código posmoderno de la hegemonía feminista-ginecocrática.
Este malestar que es producto de una avanzada e irreversible descomposición en la pareja, negando así la poligamia, que es propia del hombre, va erosionando la estructura monogámica anti-orgánica cristiana, al punto que los rompimientos, traiciones y divorcios proliferan incontenibles, ya que no hay un sustento fundamentado en valores compartidos, en función de una concepción del mundo.
De tal forma que en las sociedades más decadentes, la natalidad va indeclinablemente a la baja, tal como Louis-Ferdinand Céline, respecto a la extinción de la cretina raza blanca. Su reblandecimiento y su prurito por conseguir de cualquier manera un "estatus" de vida, convierten la propia descendencia en un estorbo insoportable, o bien, hacen de los padres, mucamas de las neomatriarcas, encargados de cumplir vicariamente las actividades femeninas, a lo que se acompaña la ley del trabajo servil, como condición indispensable para la funcionalidad social y la autoestima materialista.
Estos elementos contribuyen a fomentar una ciega violencia conducida por Némesis, por una compensación inconsciente de venganza y de ajustes de cuentas, que se manifiesta en lo que es llamado con eufemismo "violencia intrafamiliar". Y que sólo es una expresión de trastocamiento de la misión viril, desplazada, desvalorizada y humillada como costumbre colectiva y políticamente correcta.
El hombre pareciera que soporta la nueva tiranía, mas en su fondo hay una rebelión que de pronto explota, no con la "violencia creadora" (Sorel, Mussolini), sino con una pequeña y mezquina violencia doméstica, que lo conduce inevitablemente al aniquilamiento del símbolo de la usurpación, -lo que califica como feminicidio, y que va precedido generalmente de golpizas, flagelaciones y asedio psicológico. La mujer, transformada en dominatrix, provoca una reacción de brutalismo machista, dado que la virilidad trascendente, ordenadora, patriarcal y cósmica se ha perdido, en gran parte por culpa del propio hombre, incapaz de hacer resurgir en su ser, el sentido heroico y el dominio del placer indomado.
Resulta claro que la familia nuclear, monogámica, cristiana-galilea-democrática, se encuentra en un proceso de irremediable entropía acelerada. Se ha agotado una forma de relación espuria e igualitaria, determinada por los anti-valores. La mujer no puede admirar en el hombre las virtudes del guerrero y del creador, ve en él un simio de Dios, o un siervo del Diablo, y paradójicamente, ella, se convierte en un mico del hombre, del "último hombre" al que se refiere Nietzsche: "aquél que es tan despreciable que es incapaz de despreciarse a sí mismo". Este hombre mezquino aun en los vicios, enfangado en la cotidiana porquería de su vida, de pronto, recurre, inopidamente, a la fuerza animalesca, en que su búsqueda desesperada de compensación es hilarante, y a la vez, dramática.
No hay en él una resurrección interna, una concentración de la voluntad de poder, una palingenesia que lo purifique y eleve sobre la postración. Anestesiado, sonámbulo, desamparado va en la vida blandiendo el puñal, que una noche aciaga clava sobre su propia alma. El feminicidio, en la enorme mayoría de los casos, es una confesión de una desvirilización íntima, y sólo excepcionalmente, un arte para los espíritus superiores, que pueden engendrar de la sangre la estética de la muerte, o la devoción sacrificial a la Santa Muerte por amor. Ello indica de forma rotunda que la actual civilización es incurable, por ello con Ezra Pound, sólo pedimos: "una nueva civilización".