El 31 de marzo de 1994, el último Volksführer de la historia europea, el último líder del fascismo internacional, el belga Léon Degrelle (15 de junio de 1906 - 31 de marzo de 1994) muere exiliado en Málaga (España). Fue el líder del movimiento fascista belga «Rex», un guerrero valiente, un ferviente cristiano, una figura prominente en el orden militar internacional de las SS. Hitler dijo una vez sobre él: «Si tuviera un hijo, me gustaría que fuera como León Degrelle».
El fascismo de Degrelle fue un ejemplo clásico de fascismo continental paneuropeo. Fue muy crítico —y abiertamente— con las posturas pangermanistas del Tercer Reich y lideró la oposición interna al régimen dentro de las SS. Insistió en que no sólo los alemanes, sino todos los pueblos europeos habrían de tener sus propias formaciones políticas nacionales independientes en el Imperio venidero. Su prestigio y carisma le permitieron plantear abiertamente sus demandas de «internacionalización» del nacional-socialismo.
Seis meses antes de su muerte, el representante de la revista Elements [Aleksandr Duguin] logró entrevistarse personalmente con León Degrelle en Madrid. A continuación publicamos algunos fragmentos de nuestra conversación.
A.D.: Sr. Degrelle, usted luchó en las filas de la división SS Valonia en el frente oriental. ¿Cuáles son sus recuerdos de esta guerra y del pueblo ruso?
L.D.: Los rusos son un gran pueblo. Cuando llegamos a tu tierra, estábamos seguros de que encontraríamos «untermenschs» marxistas de tipo asiático y cultura bárbara. Esto es lo que nuestra propaganda nos dijo. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que era mentira. Rusos y ucranianos son ambos grandes pueblos, pueblos indoeuropeos: valerosos, nobles y generosos. Les admiro. Estando frente a los rusos, me di cuenta de que debían formar parte del Reich en pie de igualdad. Como un gran pueblo europeo. La idea de colonizar Rusia muy pronto me empezó a parecer una ilusión peligrosa e innecesaria. Inmediatamente traté de expresar este punto de vista tanto a Himmler como a Hitler. Pero, sabes ya cuán fuertes eran los prejuicios pangermanistas... Qué difícil fue para mí hacer cambiar de opinión a Himmler, incluso en relación con los valones y los franceses, así como con respecto a otros europeos de origen no alemán. Este proceso estaba en marcha, pero teníamos muy poco tiempo, y luego vino la guerra.
No luché contra los rusos, luché contra la ideología comunista, que niega el espíritu, la religión, la tradición, los valores nacionales y raciales. Y considero a los rusos como el único pueblo joven de Europa que todavía tiene la oportunidad de un renacimiento nacional. Europa misma se salvará de ellos. También quiero decir que tengo una opinión mucho mejor, en un sentido puramente militar, de los soldados rusos que de los oficiales rusos. Estoy convencido de que se podría haber evitado un gran número de víctimas si oficiales más capacitados y más profesionales hubieran estado al mando del ejército soviético. Me sorprendió que no les importara en absoluto la vida de los soldados. ¡Cuántas muertes sin sentido! Quizás esto sea una consecuencia del hecho de que justo antes de la guerra, Stalin destruyó al personal más apto y capacitado.
A.D.: ¿Por qué Hitler atacó la URSS?
L.D.: No pudo evitar atacar. Molotov estableció condiciones geopolíticas poco realistas para Alemania: control de la URSS sobre Rumania, Finlandia, parte de Escandinavia. Esto significaría el suicidio para el Tercer Reich. La región más importante era Rumania. La demanda de Molotov de colocar Rumania bajo la influencia de la URSS significó la separación de Alemania del único campo petrolero serio en Europa y, en consecuencia, Europa Central y Alemania se volvieron automáticamente dependientes de los proveedores de petróleo no europeos. Bajo ninguna circunstancia Hitler podía aceptar tales condiciones para la división de influencias, y con toda razón percibió el hecho mismo de presentar tales demandas como una declaración de guerra. Después de las demandas de Rumania en el año 40, ya no importaba quién fue el primero en iniciar las hostilidades, Alemania o la URSS.
A.D.: ¿Cómo se sentía Hitler con respecto a Stalin?
L.D.: Una vez le pregunté a Hitler en el apogeo de la guerra: «Mi Führer, si Stalin cayera en tus manos, ¿qué harías con él?» Él respondió: «¡Yo pondría a disposición de este hombre el castillo más hermoso de Europa!»
A.D.: ¿Qué opina con respecto al General Vlásov?
L.D.: Puede parecer extraño, pero siempre tuve una fuerte aversión por él. No confiaba en él. Nunca confié en dos líderes nacionales: el francés Doriot y Vlásov. Había demasiado de traidor en él. ¿Es posible cambiar de ideología tan rápido, estando además en cautiverio?
Otra cosa son esos rusos que conscientemente se unieron al fascismo en el exilio. Los llamados «blancos». Y mi desconfianza hacia Vlásov se confirmó aún más cuando traicionó a Hitler en el caso de Praga. Un traidor no puede cambiar su naturaleza. Pero lo que pasó entonces en Praga... Nunca he visto tales atrocidades. Las desafortunadas hermanas de la misericordia alemanas en los hospitales militares fueron arrojadas vivas por las ventanas... La venganza de los vencedores fue terrible. Por supuesto, la historia moderna guarda silencio al respecto.
A.D.: ¿Cambió sus creencias en el exilio?
L.D.: En absoluto. Hitler fue el hombre más grande de la historia europea. Luchó por un ideal, por una idea. Él desarrolló. Iniciando como un líder estrictamente nacional, puramente alemán, gradualmente aprendió a pensar en categorías europeas, y así hasta una escala global. Un día me armé de valor para preguntarle a Hitler «¡Mi Führer! Dime tu secreto. ¿Quién eres, finalmente, realmente?» Hitler sonrió y respondió: «Soy griego». Se refería al «griego antiguo», un tipo de hombre con un sistema de valores clásico, entregado a la belleza, a la naturalidad, a las leyes del espíritu y la armonía. Odiaba de manera sincera al mundo moderno, tanto en sus variantes capitalista, liberal-cosmopolita, como marxista. Consideró este material, técnico, como una civilización cínica cabalgando sobre la fealdad y la patología. A menudo se le presenta como histérico, psicópata, con manos temblorosas. Todo aquello es propaganda. Era una persona asombrosamente bien educada y encantadora, cortes, atenta, enfocada. Habiendo perdido esta guerra, no sólo Alemania, sino toda Europa, el mundo entero perdió la oportunidad de un gran futuro. Mira el mundo que los vencedores, sus enemigos, han construido hoy. El reino del dinero, la violencia, la confusión, la degeneración, los bajos instintos subhumanos. Todo alrededor es corrupto, bajo y material. No hay Idea superior alguna. Luchamos por algo grande. Y, sabes, espiritualmente no perdimos. Ellos no tienen una fe. Sólo nosotros le tenemos. Nosotros, como verdaderos europeos, luchamos por la belleza, la armonía, la espiritualidad, la justicia. Fue una guerra de idealistas y románticos contra dos tipos de materialismo: el capitalista y el marxista. Pueden quitarnos la vida, pero ellos nunca nos arrebatarán nuestra fe. Por eso escribí un libro con este título: «Hitler por mil años».
El último Volksführer murió como creyente cristiano en presencia de un cura, después de la última comunión. Fue fiel a su Idea hasta la última hora.