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«No pido nada. Sólo deseo que alguna mañana, cuando mis ojos estén todavía cerrados, el mundo entero cambie».
—Yukio Mishima
Te apoyas contra la balaustrada. Voces jóvenes de reclutas gritan bajo tus palabras, que no escuchan. Pasan de ti. Pasan a través de ti. En un minuto, desenvainarás la espada: el puente que los atraerá hasta tu vientre, a punto de hendirse como una fruta madura. Los obligarás a probar de tu sangre, a mancharse con tu oscuridad. A compartir tu condición maldita. A no morir.
El peor de los infiernos estriba en el pálpito de no existir para los demás. Reflejarte en el espejo pero no hacerlo en los ojos ajenos. Toda tu vida has buscado, de mil maneras, alejar de ti ese infierno. ¿Lo lograste alguna vez?
El amor y el odio se confunden. Si te aman demasiado puede ser que te descuarticen hasta convertirte en minúsculas reliquias, o que te devoren hasta el mismísimo tuétano, o que te abracen con tal ímpetu que lleguen a reventarte. Pero, si te odian más allá de todo límite, atravesarán el espejo y vivirán su camino de Damasco. Y, entonces, quizás busquen con amoroso frenesí el trocearte, el engullirte, el abrazarte con ímpetu mortal. En cualquiera de los casos, descubrirás (dolorosamente) que existes.
El río de la acción empapa tu única forma de entender las relaciones amorosas. Eros y Thanatos confundiéndose en una apretada pelota. Dos contra el mundo. Fusión sartriana y de la otra a un tiempo. Tálamo y barricada. Amor trascendido por una comunión más ambiciosa. Tálamo y templo. La carne como puerta a los Últimos Misterios. Tálamo y tumba también.
No esperas apenas nada. Pero no desesperas nunca del todo. El día que lo hagas dejarás de moverte. ¿Tal vez ese día ha llegado ya, con las voces juveniles que suenan en el patio? La balaustrada quema. Descubierta, tu espada acerada brilla al sol y acalla los ruidos de abajo. Dentro de unos minutos estallará en una eyaculación de sangre (aunque ya no estás tan seguro de que sea puente para nadie -ahora sí desesperas del todo: por fin escarmentaste...-). En cualquier caso, partirás acompañado. Su presencia, dulce y firme como un amanecer, te seguirá al Valle de la Muerte.