Escritos con sangre (Retratos de las cinco figuras señeras de la literatura universal)
Por René Téllez Lendech
Francisco Castañeda Iturbide nos introduce en el mundo anecdótico y humano de cinco figuras señeras de la literatura universal como lo fueron y lo siguen siendo Homero (Siglo VII a.C.), Dante Alighieri (Florencia, 1265–Rávena, 1321), Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547–Madrid, 1616), William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, 1565/6–id., 1616) y Johann Wolfgang von Goethe (Frankfurt, 1747–Weimar, 1832), quienes encarnan lo que él, acertada e ingeniosamente, denomina “ilustres desconocidos”, título certero de su libro que no lo eligió con gratuidad, sino con la clara intención de establecer que todo acercamiento a un personaje histórico nos permite atisbar, únicamente, en los pasajes nebulosos de su existencia y en los túneles intrincados de su pensamiento, ya que para él “las obras maestras de los grandes autores son sus propias vidas; la sangre, no la tinta”.
El escritor de estos cinco relatos velados pretende, en la medida de lo posible, atar cabos con enorme agudeza y proporcionarle una coherencia al “drama personal” de las figuras literarias que ocupan sus afanes para, de forma amena, pero rigurosamente clásica, acercarnos a ellas del modo menos fragmentario posible; Castañeda, en la recreación de sus biografías, realiza una mixtura y una labor de alquimia entre el ensayo y lo que Marcel Schwob (Chaville, 1867–París, 1905) desarrolló en sus Vidas imaginarias y Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899–Ginebra, 1986) en su Historia Universal de la infamia. Si bien resulta cierto que el género biográfico-literario, de dimensiones breves, tiene su origen en Vidas paralelas de Plutarco (Queronea, 46/50 d.C.–Delfos, 120 d.C.), Los doce Césares de Cayo Suetonio (Hipona, 70 d.C.–¿? 126 d.C.) y Vidas de los ilustres capitanes de Cornelio Nepote (Ticino, 100 a.C.–Roma ¿?, 25 a.C.), Castañeda Iturbide logra darle una “vuelta de tuerca” al género, innovándolo al combinar la visión aguda del crítico con la palabra atractiva y subyugante del narrador, concibiendo, de esta manera, al águila bicéfala a la que todo literato aspira a infundir vida.
Francisco Castañeda hace una certera analogía de estos escritores y sus obras excepcionales con la Biblia, la cual es considerada el libro por excelencia, en donde Homero encarna al “Antiguo Testamento” y los restantes cuatro autores a los evangelistas que elaboraron el “Nuevo Testamento” de la literatura occidental. Dicho paralelismo responde a que, para Castañeda como para Paul Valéry (Sète, 1871–París, 1945), la literatura es la “Historia del espíritu”. De ahí que su asimilación metafórica con el texto bíblico revista un hondo acercamiento a ella no como un acto de erudición farragoso, sino como el acto vital de un hombre que indaga en la complejidad del espíritu, aunque lo haga de una manera irreverente para los doctos; sin embargo, Francisco Castañeda Iturbide se funde a la creación literaria con un sentido de lo sagrado, es decir, esgrimiendo la concepción del libro como la vía iniciática para acceder a un estado de iluminación.
En estos cinco relatos velados se encuentra implícita la idea de que la historia como la literatura se encuentran o se desplazan en la tercera dimensión de la ficción como lo establece el escritor alemán Herman Hesse (Calw, 1877–Montagnola, 1962); dicho encuadre permite jugar con las obras y los autores, quienes ahora –ya convertidos en sus personajes– Castañeda les asigna, de acuerdo a sus características inherentes, un epíteto clásico: Homero, “el poeta”; Dante, “el místico”; Cervantes, “el héroe”; Shakespeare, “el actor”; y Goethe, “el genio”.
Podemos inferir que la estructura de cada biografía se puede ceñir, más o menos, al siguiente esquema: epíteto adjudicado al escritor en turno, disertación sobre su cuna y fecha de nacimiento, obras, personajes y hechos anecdóticos que van tejiendo una trama y un perfil propio de cada autor; sin embargo, en este entramado no consiste lo importante del libro, sino en el desarrollo de los relatos que constituye un periplo, una transformación interior que lleva inherente una idea metafísica y la realización de un ritual, mismos que nos sumergen en lo que fueron las culturas tradicionales de la Grecia clásica, la Italia medieval, la España de los Siglos de Oro y la Alemania del Romanticismo. Este viaje nos permite trascender, como el Dante, el mundo de las tinieblas profanas que cubren al hombre en la actualidad, a fin de que podamos gozar la plenitud de la luz, la cual simboliza lo sagrado con la que el “iniciado” habrá de superar heroicamente todas las pruebas a las que será sometido para finalmente emerger victorioso y resucitar como un ser acrisolado.
El mito, en contraposición con la mentalidad única impuesta a rajatabla en el mundo moderno, el cual está dominado por la usura y esclavizado por el racionalismo pragmático, explica la realidad mediante el símbolo para trascenderla y extirpar su caos y sus brotes metastásicos; de ahí que, como una necesidad de resistencia, emerja el término agon, es decir, la lucha que representan figuras de ficción como el Quijote y literarias como el propio Dante, quien combatió con heroísmo en la batalla de Certomondo como feditori (miembro de la caballería de asalto), dejando patente que las armas tienen la supremacía sobre las letras y la acción sobre la contemplación. Del mismo modo Cervantes –con un espíritu aguerrido y para gloria de España y del rey Felipe II– participó en la batalla de Lepanto contra la armada turca a bordo de la galera “La Marquesa”, confrontación bélica que definió como “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” y en la que fue herido en el brazo izquierdo de un arcabuzazo, lo cual le provocó una lesión por demás fea que él la tenía por hermosa y que consideraba su mayor orgullo.
No resulta fortuito que en los escritores abordados por Francisco Castañeda privara el concepto griego de areté, mismo que abarca la elevación de la conciencia del propio destino y que es un atributo de las almas excepcionales que buscan, a toda costa, apropiarse de la belleza con un riguroso sentido del deber bajo la condición inalterable de que no importa vivir mucho como hacerlo de manera heroica; sentencia que debemos hacer propia y acorde a la cual el mirmidón Aquiles encarna la “soberanía del espíritu” como el Eneas virgiliano constituye el arquetipo que le reintegra a la realidad el heroísmo y lo sagrado; por todo ello Castañeda, como en la recreación de sus personajes literarios, hace plausible “la más férrea disciplina sin renunciar a la libertad”, ascesis que tiene el objetivo de desentrañar la esencia de natura y también del cosmos, ya que como expresara Goethe “sino fuera de índole del sol el ojo, ¿cómo percibiríamos la luz?”.