Figura pura, recta y noble
Entre los diferentes jefes de los movimientos de reconstrucción nacional surgidos en el período comprendido entre las dos guerras mundiales a quienes tuve ocasión de conocer, recuerdo especialmente a Cornelio Codreanu, el jefe de la Guardia de Hierro rumana, como una de las figuras más puras, rectas y nobles. Fue en la primavera de 1936 cuando lo visité en Bucarest durante el curso de uno de los viajes de exploración emprendidos por mí en aquel período por diferentes países europeos.
Codreanu impactaba aun físicamente. Alto, bien proporcionado, él reflejaba el tipo racial «ario-romano» que también en Rumanía tiene sus ejemplares, teniendo por un lado relación con la colonización romana de Dacia, así como con estirpes indoeuropeas de la más antigua población local. Su fisonomía y su modo de hablar nos daban la certeza de hallarnos ante un hombre en el cual lo tortuoso, la falta de sinceridad, la deslealtad y la traición habrían sido totalmente imposibles. Ello también tenía que ver con la particular autoridad de la que él gozaba entre sus secuaces, vinculados a él por un vínculo sumamente personalizado, mucho más profundo que el simple gregarismo político.
La tragedia
En aquel período la situación en Rumanía era tensa, en lo relativo a las relaciones entre el Gobierno del rey y la Guardia de Hierro. Se preparaba el clima que habría de desembocar en la tragedia sucesiva. En la embajada italiana se me había dicho que no era prudente acercarse a Codreanu; las autoridades rumanas ya habían expulsado de manera inmediata a otros exranjeros que habían entrado en contacto con él. No hice caso a tal advertencia. Un rumano con el cual yo me hallaba en relación, puesto que estaba interesado en los estudios tradicionales, actuó como intermediario.
Poco después de haber expresado el deseo de un encuentro, dos emisarios aparecieron silenciosamente en la pieza del hotel en donde me encontraba para conducirme con su jefe, en la famosa «Casa Verde». Habiendo sido construida en la periferia de Bucarest por los legionarios con sus mismas manos, la misma era la central del movimiento.
Después de pasar por aquello que en Rumanía parece ser un rito tradicional de hospitalidad –el ofrecimiento de un pequeño plato de mermelada con un vaso de agua– Codreanu se presentó y de manera inmediata entre ambos se estableció un simpático entendimiento desde las primeras palabras. Él sabía de mi obra «Revuelta contra el mundo moderno» la cual, habiendo salido también hacía dos años en traducción alemana, había alcanzado una notoria resonancia en Europa Central. Mi interés por dar a la lucha política una base espiritual y tradicional, justamente favorecía con Codreanu un particular acercamiento.
Debido a que yo no conozco el rumano, él se expresó en francés, con una cierta hesitación que le permitía formular su pensamiento de manera exacta, concisa y meditada.
Los tres principios
Entre los temas de nuestro coloquio recuerdo la interesante caracterización que Codreanu hiciera del fascismo, del nacionalsocialismo alemán y de su mismo movimiento. Él dijo que en todo organismo existen tres principios: la forma, la fuerza vital y el espíritu. Se debe pensar lo mismo en lo referente a una nación y un movimiento renovador puede desarrollarse haciendo recaer el acento mayormente en uno y otro de los tres principios. Según Codreanu, en el fascismo el principio de la forma, como idea política formativa y Estado, tenía la primacía; era la herencia de Roma cual potencia organizadora. En vez en el nacionalsocialismo alemán se daba un particular relieve a la fuerza vital: de aquí el papel que en él mismo tenía la raza, el mito de la raza, la apelación a la sangre y a la comunidad nacional racial. Para la Guardia de Hierro en cambio el punto de partida había sido el elemento espiritual. Quería pues partirse de éste. Y por «espíritu» Codreanu comprendía algo que tenía referencia también con los valores propiamente religiosos y ascéticos.
En el pueblo rumano hay algo caduco, dijo él. Una profunda renovación que parta desde lo interior del individuo y que se dirija sobre todo en contra de todo lo que obedece al deseo de lucro, al bajo interés, a la politiquería y al mercantilismo de la ciudad es la premisa esencial. Así pues el suyo quería ser no tanto un partido, sino un movimiento y no se tenía ninguna confianza en el intento en ese entonces en curso de consolidar el país partiendo de una superestructura democrático, aunque fuese controlada por la monarquía. Hablando de la cuestión religiosa, Codreanu hizo alusión a que la situación histórica de un país como Rumanía era propicia, puesto que el cristianismo greco-ortodoxo ignora la antítesis entre universalismo de la fe e idea nacional; en cuanto iglesia nacional, la Iglesia Ortodoxa podía ser la contraparte del todo acorde con un Estado renovado en el sentido de una revolución nacional.
Por lo tanto valores religiosos, es más, muchas veces místicos y ascéticos, actuaban como base de la organización de la Guardia de Hierro rumana. Una de sus secciones llevaba el nombre de Legión del Arcángel Miguel. No sólo la plegaria, sino también el ayuno eran practicados allí. Para los jefes se aplicaba un voluntario estilo de austeridad; los mismos no debían nunca mostrarse en público divirtiéndose en teatros y fiestas profanas. No debían hacer ostentación de lujo y de riquezas. Tampoco se veía bien el mismo matrimonio, puesto que debía disponerse de sí mismos hasta el fondo.
Había además una especial mística de los muertos en la Legión. El rito del «¡Presente!», conocido también por el fascismo, era practicado en formas en las cuales algunos señalaron un carácter incluso de evocación mágica. Moza y Marin, dos jefes legionarios rumanos amigos de Codreanu caídos en la guerra de España, eran objeto de un culto especial.
En el largo coloquio con Codreanu se habló de muchos otros temas. Luego me acompañó él mismo en coche hasta mi hotel, casi como un desafío – ya hice mención a la advertencia que me había sido dada por la embajada italiana. Al preguntarle si la Guardia de Hierro tuviese algún distintivo, él me mostró uno. Era un pequeño círculo similar al que llevaban en el ojal las SS cuando iban de civil, con una especie de reja gris sobre un fondo negro. Le pregunté qué significaba ese dibujo. Codreanu se limitó a decir de manera jocosa: «Quizás sean las rejas de la prisión.»
Lamentablemente la broma contenía un triste presagio. Se sabe cuál fuera el final de Codreanu. El rey, seducido por su amante, la intrigante Lupescu y su gobierno «democrático», compuesto de elementos ligados a la masonería y a otras influencias oscuras, quisieron liquidar en forma expeditiva a la peligrosa Guardia de Hierro , la cual concentraba en sí a las partes más sanas de al población. Se procedió a efectuar arrestos en masa. También Codreanu fue arrestado. Fue suprimido de la misma manera que Ettore Muti se pretendió hacer creer que fue matado mientras intentaba huir. Pero con tal acción el rey preparó su propia ruina. Primero vino el régimen del general Antonescu. Luego Rumanía fue también arrastrada por el derrumbe general del Eje y las armadas rojas impusieron al país el actual régimen comunista.
Pero no pocos elementos de la Guardia de Hierro han sobrevivido; en el exilio ellos permanecen fieles a la idea de su jefe y son elementos activos dentro de las filas de diferentes nucleamientos nacionales: en Bélgica, en Suiza y especialmente en España, pero también en Francia, puesto que figuraron entre aquellos que habían preparado una ideología de rasgos también espirituales y tradicionales para aquel movimiento militar traicionado y luego sofocado por Charles de Gaulle y que luego de ello pasaron a la OAS y a organizaciones afines. La herencia de Codreanu no se ha perdido.