¿Qué quiere el “falangismo” español"?
“Creemos que el mejor soldado es el que combate con un conocimiento preciso de su causa y que las ideas, aunque presentes o confusamente intuidas, más que formuladas con claridad, son la realidad primera en todo proceso histórico realmente importante”
- Julius Evola.
Si bien las fases de la guerra civil española son seguidas por todos con vivo interés, no son tan conocidas las ideas que precisamente animan la insurrección de las fuerzas nacionales españolas contra el comunismo: debido a que muchos piensan que la fase ideológica positiva en las revoluciones se lleva siempre a cabo en el periodo sucesivo.
Nosotros no somos partidarios de esta opinión. Creemos que el mejor soldado es el que combate con un conocimiento preciso de su causa y que las ideas ya sean presentes o confusamente intuidas, más que formuladas con claridad son la realidad primera en todo proceso histórico realmente importante. Agradecemos pues a Alberto Luchini el habernos introducido en el programa doctrinal de una de las principales corrientes nacionalistas españolas. El de la llamada “Falange Española”, vivificando y exaltando sus propuestas con los recursos de un estilo de traducción neorromántico, vigoroso, preciso y con felices improvisaciones (I Falangisti Spagnoli, Florencia, 1936).
El programa es una profesión general de Fe política, cuya formulación parece deberse a José Antonio Primo de Rivera o al escritor Giménez Caballero. Por su riqueza de contenido espiritual, la cual nos ha sorprendido tanto que creemos muy oportuno señalarlo al público italiano dando, en definitiva, su significado.
Punto primero. Ni la unidad lingüística, étnica o territorial son suficientes para dar a la idea de nación su verdadero contenido “Una nación es una unidad predestinada, cósmica”. Esto -se afirma- es España: una unidad un destino, “un ente subsistente que va más allá de toda persona, clase o colectivo en el que se sitúa” no solo eso, también por encima de “la cantidad compleja que resulta de la agregación de los mismos”. Se trata de la idea espiritual y trascendental de la nación, opuesta a cualquier colectivismo -de derechas o de izquierdas- y al cualquier mecanismo. “Entidad verdadera en sí misma, de una verdad suya y perfecta, realidad viva y soberana, España tiende, en consecuencia, hacia sus propios fines definidos”. En este sentido, no solo se habla de “un pleno retorno a la colaboración espiritual mundial”, sino también de “una misión universal de España”, de una creación que parte de la “unidad solar” que representa, de “un mundo nuevo”. Por supuesto, en este último aspecto, dejando a parte las buenas intenciones, deja una interrogación abierta.
Lo que España pueda decir hoy, y también mañana, en el marco de una idea universal, en realidad no está claro. Pero la realidad es que aquí tenemos el efecto de una lógica precisa. En efecto, no se puede asumir espiritualmente la idea de la nación sin ser llevada instintivamente a superar el particularismo, a concebirla como el principio de una organización espiritual supranacional, con el valor de la universalidad: incluso cuando hay muy poco disponible para concretar de forma efectiva a tal necesidad. Y viceversa: toda restricción particularista de una idea nacional siempre la acusa de un materialismo o colectivismo latente.
Pasemos a la parte más estrictamente política del programa. Los falangistas dicen no al Estado agnóstico, espectador pasivo de la vida pública nacional o como mucho policía a lo grande de esta. El Estado debe ser autoritario, el Estado de todos, total y totalitario, justificándose, sin embargo, de esta forma, siempre con referencia a la noción ideal y perpetua de España, independiente de cualquier interés meramente clasista o partidista.
La erradicación de los partidos y el circo parlamentario contiguo se deriva naturalmente de este punto de vista. Pero los falangistas, bajo la fuerza de las tradiciones seculares de su patria, también parecen estar en guardia contra esos excesos de totalitarismo que, en su obra de nivelación y uniformización amenazan con hacer que algunas tendencias nacionalistas, a pesar de todo, sean nacionalizadas por el bolchevismo. Es así como los falangistas insisten en la necesidad de grupos humanos orgánicos, vivos y vitales, para articular el verdadero estado y ser sus sólidos cimientos; pretenden, por tanto, defender la integridad familiar, la célula de la unidad social; la autonomía municipal, la célula de la unidad territorial; finalmente, las unidades profesionales y corporativas, células de una nueva organización obrera nacional y órganos para la superación de la lucha de clases.
En este último aspecto, la adhesión de los falangistas a la idea corporativista fascista es total. "Las categorías sindicales y empresariales, hasta ahora incapaces de participar en la vida pública nacional, deberán ascender, tras demoler los diafragmas artificiales del parlamento y de los partidos políticos, a órganos inmediatos del Estado". La colectividad de productores vista como una totalidad orgánica que se concebirá como “totalmente cointeresada y comprometida con la empresa común, única y alta”: una empresa en la que la primacía del interés general nacional debe quedar siempre asegurada.
Quizá no sea casualidad que el capítulo que sigue inmediatamente a este trate de la personalidad humana, y que denuncie el peligro de que una nación se transforme en una especie de "laboratorio experimental", según las consecuencias lógicas del bolchevismo y el mecanicismo. El énfasis dado a la dignidad de la personalidad humana, para distinguirla claramente de la arbitrariedad individualista, nos parece precisamente uno de los rasgos más destacables y característicos del programa falangista español y el resultado de una sana visión tradicional. Citamos el pasaje que, a este respecto, es el más significativo: “La falange española discierne en la personalidad humana, más allá del individuo físico y de la individualidad fisiológica, la mónada espiritual, el alma ordenada a la vida perpetua, instrumento de valores absolutos, valor absoluto en sí misma”. De ahí la justificación de un respeto fundamental a “la dignidad del espíritu humano, a la integridad y libertad de la persona: libertad legitimada más arriba, de carácter profundo; lo que nunca podrá traducirse en la libertad de conspirar contra la convivencia civil y socavar sus cimientos”. Con esta declaración se supera resueltamente uno de los mayores peligros de las contrarrevoluciones antimarxistas: el peligro, esto es, de lesionar los valores espirituales de la personalidad en el momento de golpear, con razón, el error liberal e individualista en la política y en la sociedad.
Bajo estas premisas, cualquier interpretación materialista de la historia es rechazada por los falangistas; el espíritu es concebido por ellos como el origen de toda fuerza verdaderamente decisiva, apenas vale la pena señalarlo. Y una profesión de fe católica es igualmente natural; la interpretación católica de la vida es, históricamente hablando, la única que es "española" ya que a ella debe referirse toda obra de reconstrucción nacional. Esto no significará una España deba volver a sufrir las injerencias, intrigas y hegemonías del poder eclesiástico, sino una España nueva, animada por ese "sentido católico y universal" que ya la orientaba, "contra la alianza del océano y la barbarie, hacia la conquista de continentes desconocidos”: una España, permeada por las fuerzas religiosas del espíritu.
Los falangistas luchan por estas ideas, como un "guerrero voluntario", destinado a "conquistar España para España". Son ideas que, en sus líneas generales, nos parecen perfectamente "en orden", se presentan ya con un rostro preciso y pueden tener el valor de sólidos puntos de referencia.
Si el movimiento nacional español está verdaderamente impregnado de esto, tenemos un doble motivo para desearle sinceramente una victoria plena, rápida y definitiva: no sólo por el lado negativo anticomunista y antibolchevique, sino también por lo positivo que puede aportar en el conjunto de una Europa nueva, jerarquizada, de naciones y de personalidad.