A Jimena.
El presente artículo no tiene por propósito el reiterar la indudable importancia histórica de la Guerra Cristera, sino el de exponer, en puntual énfasis, la prácticamente desconocida relación entre el susodicho evento y la ampliamente discutida y comentada Guerra Civil Española.
A través del mismo, se hará mención de datos hasta ahora inéditos —incluso también en el ámbito académico—, que fuesen recogidos mediante la consulta de diversos archivos, tanto públicos como privados, evitando ahondar —más que por la breve e inevitable mención— en algunas de las ya sobradamente conocidas anécdotas como la estancia de distintas personalidades del ámbito nacionalista europeo —León Degrelle, Nils Per Imerslund— en Méjico durante la Cristiada.
I – Paralelismos, vicisitudes y puntos de encuentro entre la Cristiada y la Cruzada Española
En 1913 es fundada la Asociación Católica de la Juventud Mejicana (ACJM) en el Distrito Federal, agrupación liderada por el sacerdote jesuita Bernardo Bergöend, siguiendo el modelo y doctrina de su homóloga Association catholique de la jeunesse française (Asociación Católica de la Juventud Francesa). El carácter juvenil, dinámico y aguerrido de la ACJM propició la aparición de la corriente llamada «intransigente» entre los militantes católicos del país, distinguiéndose del sector reformista cristiano, a través de una postura combativa, ligada a la acción cívica basada en el rechazo al régimen revolucionario en defensa del orden social católico. Esta tendencia cimentó las bases doctrinales de la futura comandancia cristera, entregadas al principio de justa revuelta.
La etapa inicial de la Guerra Cristera (finales de 1926 e inicios de 1927) se caracterizó por la falta de un liderazgo común, aunada la carencia de un supremo líder cívico-militar de facto y la heterogeneidad inconexa de distintas células armadas compuestas por tempranos combatientes independientes unas de las otras.
Carente de cualquier tipo de programa ideológico, la finalidad política del movimiento cristero se redujo al objetivo inmediato de contrarrestar la persecución religiosa. Siendo el resto de sus objetivos referidos con especial desinterés por la historiografía oficial, reduciendo el carácter del levantamiento a una endeble revuelta de ambiguos y circunscritos intereses, ignorando así el desarrollo ideológico y programático que sostuvo su cúpula dirigente. Esta imprecisión resultó agravada a causa de la prudencia, que algunos de sus dirigentes mantuvieron al referirse a la naturaleza del movimiento libertador, especialmente tras finalizar el conflicto. Muchas de las veces, cayendo incluso en la negación de algunos de los aspectos más elementales de su programa.
Aunque las raíces de movimiento corresponden a una postura que pretendía el cesar sus esfuerzos armados tras la tentativa revocación de la Ley Calles, el escalamiento del conflicto produjo la radicalización de algunos de sus elementos, quienes se plantearían conducir sus esfuerzos a la instauración de un orden católico nacional propiamente constituido.
Establecida el 21 marzo de 1925 y fungiendo de manera inicial como una organización de resistencia pacífica, la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR), asociación formada bajo la iniciativa de distintas agrupaciones católicas —entre ellas la ACJM—, sería la máxima responsable de la coordinación de los esfuerzos y actividades del movimiento cristero, tras adherirse al levantamiento el 1 de enero de 1927 bajo el liderato de René Capistrán Garza, antiguo líder acejotamista, dotando de una estructura política jurídicamente establecida al alzamiento.
El Comité Directivo de la LNDLR gestó el proyecto de régimen provisional, que se encargaría de la administración civil ejercida en los territorios controlados por el ejército cristero, mediante la proclamación de un «Gobierno Nacional Libertador».
El desconocimiento de los poderes de la unión y la declaración del programa político del movimiento, así como el llamamiento a las armas al pueblo de Méjico, a través de lo que sería el primer manifiesto cristero —redactado por el Lic. Miguel Palomar y Vizcarra, vicepresidente de la LNDLR, y publicado el 1 de enero de 1927—, delimitaría el papel sedicioso de la Liga. Un año más tarde, en enero de 1928, Palomar y Vizcarra elaboraría un borrador de proyecto constitucional, teniendo por base el corporativismo católico, que habría de promulgarse por sobre el modelo revolucionario de la República con el triunfo del Ejército Libertador. Asimismo, la primera Ordenanza General del gobierno libertador cristero, celebrada en Huejuquilla el Alto, Jalisco, en junio de 1928, determina tener como fines no sólo el derrocamiento del gobierno de Calles; sino también el de «establecer un Gobierno Cristiano que garantice el orden político, económico, social, militar y religioso».
II – Miguel Palomar y Vizcarra: viriato hispánico
Destaca entonces la figura del antes nombrado Miguel Palomar y Vizcarra, nacido el 10 de junio de 1880 en la ciudad de Guadalajara. Distinguido militante del catolicismo social e ideólogo del movimiento cristero, fue íntimo colaborador del R. P. Bergöend, de quien fuera discípulo. Participó en la fundación de la ACJM y posteriormente en el Partido Nacional Católico. Fue nombrado Caballero de la Orden de San Gregorio Magno por Benedicto XV. Fue también responsable de la redacción del «Manifiesto a la Nación» firmado por el Gral. Enrique Gorostieta y publicado el 4 de agosto de 1928, siendo autor de la amplia mayoría de declaraciones emitidas por la Liga.
Acérrimo defensor del ámbito católico iberoamericano, Palomar sostuvo que Méjico había de «defender el catolicismo tradicional integrista, esencia de la raza hispánica» a modo de realización de su «destino providencial» como centinela de la cultura hispano-católica en América. En su obra El caso ejemplar mexicano (1944), Palomar sugiere que el gobierno revolucionario habría de ser sustituido por un «estado fuerte, verdaderamente soberano e independiente que, como la patria nuestra, fuera íntegramente católico y pleno de Hispanidad».
Concluido el episodio cristero, Palomar y Vizcarra emprende una serie de actos encaminados al contacto con la escena política católica internacional, buscando aliados que resultasen en la consolidación de nuevas fuerzas, así como también en la búsqueda de modelos y semblantes que fuesen motivo de ejemplo al movimiento católico mejicano. En mayo de 1938, Miguel Palomar entra en contacto con el Secretariado de Propaganda Nacional del Estado Novo portugués, solicitando que le sea remitido material doctrinal con propósito del estudio de las reformas y realizaciones del régimen.
Para junio del mismo año, se le hace entrega de distintos documentos referentes, entre ellos estatutos oficiales de União Nacional, boletines y discursos del Jefe de Estado de Portugal, Oliveira Salazar. En su solicitud, Vizcarra explica que «(...) nosotros, los mexicanos de verdad, debemos ponderar la admirable empresa de Oliveira Salazar como un ejemplo concreto de la mayor importancia. Gime la patria bajo un régimen parecido al que precedió al resurgimiento nacional de 26 de mayo de 1926». Resulta llamativo su declarado interés por realizar un «estudio que recree el espíritu [del régimen portugués]», aproximándose a la formulación de un ideario nacional católico mejicano.
Un año más tarde, siendo el 28 de marzo de 1939, y con propósito de la noticia de la entrada de las Fuerzas Nacionalistas a Madrid, Miguel Palomar se dirige al Jefe Supremo del Estado español, Generalísimo de los Ejércitos, Francisco Franco Bahamonde, mediante una carta; documento en que compara los esfuerzos del Alzamiento Nacional español con la Cristiada:
«Hacemos votos a Cristo Rey, por quien los mexicanos también han derramado generosamente su sangre, y a la Virgen de Guadalupe, Símbolo y Baluarte de la Hispanidad, por las ventura y prosperidad personal de Vuestra Excelencia y de todos los suyos, y porque le protejan y amparen en la formidable obra de la reconstrucción de la Magna España».
Identificándose con un «perfecto sentido de la Hispanidad», Vizcarra señala que con el triunfo del Bando Nacional «han iniciado las más excelsas reivindicaciones, España resurge; la Hispanidad se concreta; adquiere conciencia de sí misma, y todos los pueblos que vinieron a la vida por la obra de España y Portugal, se preparan a cumplir sus gloriosos destinos».
El Coronel Secretario Militar y Particular del General Franco, Salgado-Araujo, responde a través de una carta fechada el 27 de abril de 1939, y una otra segunda del 12 de junio del mismo año, en las que expresa la gratitud del Jefe de Estado a su persona a causa de su felicitación:
«Su Excelencia que ha luchado por la Fé y los viejos ideales de España, contra la horda roja que tantos crímenes y desafueros cometió, lo ha leído con toda atención y sumo gusto, agradeciendo muy de veras las protestas de Hispanidad formuladas y encargándome les testimonie sus más expresivas gracias por los votos que, a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe, hacen por la ventura, prosperidad y engrandecimiento de nuestra amada Patria».
Para 1941, Miguel Palomar reafirma hallar en la formación del nuevo Estado español de Franco, la renovada posibilidad de un resurgimiento espiritual mejicano:
«Por lo que se refiere a nosotros, los católicos mexicanos de la intransigencia, "los radicales blancos", nos alegramos de los errores cometidos por los católicos norteamericanos, porque al fin, ya que el mundo judío-liberal-masónico-capitalista-anglo-sajón se está resquebrajando, esperaremos que nos alumbren otros astros, y que la libertad venga, íntegra y santa, por obra de la reintegración magnífica de la Hispanidad».
En una entrevista realizada por la pareja de historiadores estadounidenses James y Edna Wilkie, Palomar y Vizcarra se pronuncia favorable a la figura de Franco y el Alzamiento Nacional:
«¿Y la guerra civil en España?, pues la vimos con mucha pasión. ¡Y de qué manera! Naturalmente asombrarnos de la acción de Franco y de lo que ha significado Franco, y se cree que la cosa anda medio difícil. Pero el hecho capital es que, nosotros ahora, digamos que el movimiento general de construcción nacional radica en una estimación de España como autora de nuestra nacionalidad. No es la nación azteca que dicen algunos; nosotros no somos aztecas, lo mismo que no somos españoles: somos mexicanos con nuestra cultura hispánica, grecolatina».
Durante la entrevista, Vizcarra afirma también el haber considerado que el régimen de Franco podría haber facilitado alguna forma de apoyo a los esfuerzos del movimiento cívico católico posterior a la Cristiada, pero que con respecto a ello, nada se lograría.
III – Repercusión de la hazaña cristera sobre los Alzados españoles
En su Promisión de México (1945), el autor hispanista nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, próximo a figuras del nacionalismo católico mejicano y el sinarquismo —Salvador Abascal, Jesús Guisa y Azevedo, Alfonso Junco— como a personalidades e intelectuales del falangismo y el pensamiento monarquista español —Eugenio Vegas Latapie, José María Pemán—, traza la virtual relación entre la Cristiada y el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, haciendo también breve mención del paso de León Degrelle por Méjico durante la Guerra Cristera, quien a su regreso a Bélgica fundaría el Partido Rexista:
«En un artículo escrito hace algún tiempo llamaba la atención sobre la potencialidad cultural de México, revelando con detalles interesantes la enorme influencia que tuvo la guerra Cristera sobre lo más puro y original de la reciente revolución española que comandó Franco, y cómo además, hasta un partido Belga (de hermoso comienzo y trágico fin) se había formado a los efluvios de dicha guerra religiosa. En todo el mundo hispánico, y todavía más ampliamente, en todo el mundo católico, el heroico contenido de esa rebelión, su mezcla de martirio y de cruzada, de catacumbas y de belicosidad libertadora, conmovió con silenciosa emoción el fondo —bastante recubierto de burguesa podredumbre— del heroísmo cristiano. E influyendo directamente sobre la guerra española —que mirada de donde se mire ha sido una guerra de resonante universalidad— los Cristeros mexicanos trazaron sobre la historia una cifra que sólo con el tiempo podremos descifrar».
Aquella idea de renovadora expansión cultural reflejada en la «resonante universalidad» del levantamiento cristero, coincide con las proclamas del ya citado Manifiesto a la Nación, mejor conocido como el Plan de los Altos, lanzado al público en agosto de 1928, afirmando que el triunfo cristero «será el cauterio para las Américas y tal vez el principio de la curación universal».
En un elogio fúnebre titulado «El pensamiento cristero» pronunciado el 1 de noviembre de 1942 frente a los restos de doce mártires cristeros colimenses, Palomar y Vizcarra cita a Pablo Antonio Cuadra, quien ya para entonces postulaba al movimiento cristero como motivo de ejemplo para los huestes de la causa nacional española:
«México fue una de las influencias más directas, un ejemplo inmediato, el contagio puro en aquella hora ibérica de exaltación redentora. Una novela "Héctor"... se derramó, encendiendo, en todos las ansías de sacrificio. Lo sé. Lo ví. Lo oí. México, quijotescamente cristiano, fracasado, burlado en su esfuerzo grandioso, repercutía, sin embargo, en España, animaba su empresa, nutría su heroísmo... ¡Y esto significaba que México era la cifra de sangre, letra, y verbo, de resurección para el mundo occidental agobiado en sombras!»
Aquella citada novela ambientada durante los sucesos de la Cristiada, Héctor, obra del canónigo mejicano David G. Ramírez, de relativo alcance en España, fue prologada por el ya antes mencionado autor monarquista Vegas Latapié, miembro de la hispanista Acción Española —en la que colaboraría el propio Antonio Cuadra— con la intención de «predicar el alzamiento en armas contra los enemigos de Dios y de España» en llamamiento al próximo Alzamiento de 1936. Dicho prólogo fue motivo de la felicitación del destacado intelectual español Ramiro de Maeztu. Continúa Antonio Cuadra, atribuyendo a la epopeya cristera un antecedente espiritual y moral al Alzamiento Nacional, haciendo mención de la admiración de Franco por su ejemplo:
«Si mañana como parece bien probable el mundo sacude todo el edificio revolucionario, y después de la muerte, la sangre y el horror se encamina a la Tierra Prometida de la espiritualidad cristiana, a nadie quedará duda de que España adelantó el reloj de la historia, y dió el primer paso —paso de profecía— en esa peregrinación de Occidente. Pero, se buscarán los orígenes, las influencias, y ante la sorpresa de los mismos mexicanos, será México el país, el pueblo donde comenzó a manar, después de larga sequía materialista, el agua cristiana de la nueva corriente de la Historia (...) Cuando mi mente se vió rodeada de estas realidades y de estos pensamientos, cuando a mi al rededor hasta el mismo Generalísimo Franco respiraba admiración por México y los soldados y los héroes, y una madre me dijo: "Mi hijo murió exclamando: ¡Viva Cristo Rey!, como los mártires mexicanos", comencé a sentir una misteriosa emoción, un interés indescriptible por esa reserva oculta que los hispanoamericanos poseemos y que México, más que nosotros y para nosotros, posee».
Otro señalamiento sustancialmente idéntico al realizado por Cuadra, es el que expone el teórico sinarquista Juan Ignacio Padilla en su libro Sinarquismo: Contrarrevolución (1948), apelando al mismo uso de lemas y gritos de guerra, la causa común cristiana, el sentimiento anticomunista y la inspiración que Degrelle halló en los combatientes cristeros tras su paso en Méjico:
«León Degrelle, líder católico de Bélgica, convivió en las serranías de México la epopeya cristera, antes de ir a capitanear al pueblo católico de su patria. Y las milicias nacionalistas de España, en su guerra a muerte contra las huestes rojas, solían reconfortarse con el recuerdo de los episodios vividos por los cristeros de México, de quienes tomaron la bandera y el grito: "Viva Cristo Rey"».
A Manuel Fal Conde, jefe delegado del carlismo en España, se le debe la adopción la consigna de «¡Viva Cristo Rey!» empleada por los combatientes cristeros, por parte de Requetés carlistas durante actos en favor de su causa celebrados en España. Adicionalmente, la prensa de la Comunión Tradicionalista había aludido al ejemplo de los cristeros mejicanos en diversas ocasiones. Refiriéndose a la vena hispanista entre los combatientes cristeros, se sabe además que el Ejército Libertador empleó de manera extraoficial distintas versiones de lo que se llamó informalmente como «Himno Cristero», las cuales tendrían por base la melodía musical de la Marcha Real española.
Es digno de mención que el Gral. Lauro Rocha González, proclamado Comandante en Jefe del Ejército Cristero y líder de la Segunda Guerra Cristera (1936–1938), planeó salir del país de manera clandestina con destino a España, con el objetivo de enrolarse voluntario en un regimiento carlista de los Tercios de Requetés en enero de 1937, ante la negativa de la Iglesia por prestar apoyo a los nuevos combatientes cristeros. Sin embargo, aquel plan suyo se vería frustrado al ser asesinado en diciembre de 1936 por agentes del gobierno de Cárdenas. Con respecto a la Segunda, Rocha comentaría: «Se trataba de hacer en México lo que en España está haciendo Franco para hacer una patria fuerte».
Durante un encuentro con el General Franco en Madrid, con ocasión de la concesión de la Orden de Isabel la Católica en 1947 a su persona, el autor católico mejicano Alfonso Junco refirió a la semejanza entre la gesta cristera y el Alzamiento español: «Le digo [al Generalísimo] con qué entusiasmo se siguió en México la cruzada española —que tiene tan hondas concomitancias con la gesta acá de los cristeros—, y cómo ahora, a despecho de avasalladas y avasalladoras propagandas, se admira el rumbo católico de su administración y su defensa insobornable de la soberanía nacional ante las presiones forasteras».
"Viva Cristo rey,Viva Cristo rey, Viva Cristo rey y nuestra madre patria Española".