«Todo lo humano alberga en sí su destrucción»
—Ernst Jünger
Hace algún tiempo paseando con mi perrito pug Tintan, cadete legionario, por el Parque de la Bola, que está por el sur de la ciudad de México, al lado del poeta y ensayista René Téllez Lendech, amigo del karatedo, de las letras hispánicas y del ministerio del Interior, donde compartimos afanes en un propósito de influenciar doctrinalmente a los cuerpos de seguridad del Estado con obras de línea disidente dentro de la tradición nacional-revolucionaria que aún mantenía el ya entrópico Estado Nacional -decía-, viendo las cabezas broncíneas, los bustos de diversos escritores, cuyas testas decapitadas con gracia metálica se exhiben escultóricamente junto con un letrero que se refiere a sus obras más representativas, que su suerte cubierta de gloria es, en realidad, una maldición, ya que son blanco de la caca de las irreverentes palomas y un perro de cierta alzada puede orinarlas, si se le escapa al dueño o si fuese un perro anarquista y vagabundo.
Le comento que es significativo que no esté entre esa muestra de talentos ya congelados paradójicamente por el soplete flamígero la representación de la cabeza rodante de Rubén Salazar Mallén, el escritor fascista de México, el anarca, el inclasificable, el todo incorrecto Cuasimodo de la cultura nacional. Sin embargo, sí se encuentran: Juan de la Cabada, un mediocre cuentista de filiación comunista al que el gobierno del estado de Veracruz compró sus archivos que han servido para reproducir una obra muerta, y el espartaquista radical José Revueltas quien estuvo recluido en la prisión de Lecumberri acusado de tratar establecer la dictadura del proletariado por los medios que vinieran al caso de la revolución permanente dada su proclividad por el trotskismo, corriente marxista del judeo-ucranio León Davidovich Bronstein, creador del Ejercito Rojo que vino a sucumbir a un pioletazo que le clavara en la cabeza el español Ramón Mercader por aquello de la pureza del internacionalismo estalinista, así un genocida de rusos blancos y disidentes del soviet vino a palmar en Coyoacán provocando la "intima tristeza reaccionaria" de los militantes de avanzada del comunismo y del gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas que le dio asilo, Cárdenas quien traicionara a Plutarco Elias Calles, el estadista fascista creador del Estado mexicano moderno y del Partido Nacional Revolucionario -1929- (PNR), pero eso es otra historia...
Resulta al menos curioso que el Estado burgués de la Revolufa Mexicana que combatieron éstos ardorosos comunistas, les haya hecho honores de todo tipo, en la época del prismo ilustrado, PRI (Partido Revolucionario Institucional), uno de los tres nombres del original Partido Nacional Revolucionario (PNR), qué luego cambio a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y que se quedó como el PRI, actualmente en el poder con el intonso del presidente globalitario y tecnocrático, el ignaro Enrique Peña Nieto, quien es la encarnación insuperable del PRI pedestre, el "nuevo PRI".
Más me estoy desviando del tema, pero en mi descargo tengo que dar el contexto de estos bustos que engalanan con su presencia el Parque de la Bola, ya que tiene en el centro una bola que no se sabe si sea el planetoide terrícola, un tipo de trasero redondo que hubiera admirado Céline, o una gran canica.
De tal forma que al tiempo que se levanta su cabeza insigne del barro de la historia, sus páginas yertas nadie las lee, ningún joven se detiene embelesado ante sus momificaciones craneanas ni sus poderosos cerebros vestidos aún por la piel de la vida en una extraña biología de perennidad mayor que la de cualquier mortal.
Por algo los griegos representan a Homero como ciego, tanto porque mira su interior como por la razón de que figurativamente no requiere de la confirmación de la Ilíada y la Odisea, los libros del pueblo griego, y así cada pueblo ha tenido a su escritor y a su obra desde Cervantes y el Quijote hasta Goethe y su Fausto.
Todo ello viene a cuento pues podría colegirse erráticamente que, si en la plaza de España está Cervantes o en Medinacelli una venerable piedra, arrancada de los Cantos, en recuerdo a Ezra Pound, a la que se refiere el gran escritor Miguel Serrano en su texto profundo y conmovedor, el mismo Serrano tendría que tener alguna forma de entronización pétrea, ya que simbólica no la requiere, en sí su obra y su vida son un signo y una revelación.
Dado que la Municipalidad de Santiago como el Consejo de Monumentos Nacionales negaron el colocar una placa al costado del Cerro Santa Lucía, en una dudosa rememoración, que provino de aquellos que tienen más ocurrencias que ideas, que es una cita de una polémica de Octavio Paz: "No tiene ideas tiene ocurrencias", dado que adujo que Serrano vivió una temporada por sus cercanías, a lo que el citado Consejo contestó agudamente con razonamiento paralelamente esquineros de proximidad o distancia de la morada del escritor-, y nunca en relación a sus méritos, que si bien son intangibles y metafísicos, permanecen en sus muy diversos y valiosos libros, en cuanto arte poética superior y no por los metros de distancia callejeros que lo separen o aproximen al cerro citado; "se constata que el argumento de la cercanía de la vivienda del escritor, no es exclusivo ni es razón para instalar una placa en el cerro Santa Lucía por lo que se acuerda respaldar la opinión de la municipalidad y no aprobar la solicitud fundado en que no hay una relación entre lo conmemorado o el lugar del emplazamiento de la placa".
¿Y a qué vienen estas reflexiones figurativamente falsa inmortalidad de los escritores figurativamente marmóreos, broncíneos o pétreos con las páginas que escribieron? ¿Necesita Miguel Serrano una placa de piedra que recuerde a los santiaguinos y visitantes su memoria? ¿Acaso va a recibir los laureles del pinobachelismo triunfante o de la oposición democrática de derechas?
Miguel Serrano no necesita de placas ni de monumentos existe un cordón dorado que une al creador con sus lectores y más con las nuevas generaciones que buscan un escritor verdaderamente auténtico. ¿Quién nos asegura que debajo de la mención que podría partirse con un terremoto, dado que las placas tectónicas quizá no pudiesen soportar una carga mayor con su nombre deslumbrante y solsticial, que atrae los poderes del monte atlántido Melimoyu o del oasis templado de la Antártida sobre los que escribiera?, o bien, ¿acaso no podría ser empleado como punto de referencia para parejas de adolescentes embrionarios, partidas de gamberros o aun skinheads indígenas o foráneos?
"Nos vemos debajo de la placa" podría ser un toque coloquial siniestro para Serrano, algo así como decir, te encuentro por la cabeza de Juan Rulfo, antes de irnos a comer unas carnitas en Comala, en el caso mexicano.
Y eso de que no hago alusión la alta representación cultural y metapolítica, de una dignidad, elegancia y sapiencia insuperable, que dio a Chile lustre internacional cuando Miguel Serrano fue su embajador en diversos países.
Por algo pasan las cosas. En la Hora de los enanos no hay que esperar gestos de grandeza. Y, por otra parte, para que subsumir en la parafernalia de placas y estatuas a un escritor de la talla inmensa de Serrano de trascendencia iberoamericana, de toda la América Románica y de la propia España, en su proyección universal.
Hace poco en la "Rotonda de los hombres ilustres" en el Panteón de Dolores, en la ciudad de México, una actricilla, bastante fea, funcionaria cultural de una delegación, organizó un wateque o fiesta mostrenca entre los valerosos y resistentes miembros del olimpo mexicano que desde el siglo antepasado, pasado y no sé si lo que lleva el XXI- donde residen con sus muy variadas profesiones, todas imagino conspicuas, para la veneración pública-. Si bien, ahora ya no es una rotonda de "hombres" sino de "personas", ya que el ultraje a la gramática es el aval del fetiche en boga del "género", podrían ser también "personitas ilustres" o "ilustres desconocidos" como el libro de Francisco Castañeda Iturbide. El caso es que la tal rotonda que ha sido profanada por la invansión telesionista presenta hierbajos, tumbas abiertas, mármoles rotos, herrajes arrumbados, pues resulta que pese a todo estos hombres insignes y sus entierros son hechos por mortales, cuya ley es la muerte. Nadie sabe cuántos "ilustres" lo sean de verdad pero el hecho es que están reconocidos oficialmente como tales ¿Ello los rescata de la efímera fama de todo lo humano o es una prueba de lo "humano, demasiado humano"?
Los selknam, aborígenes patagónicos, que tanto aprecia, Miguel Serrano en su narrativa procuraban olvidar a los muertos para así no obstaculizar su viaje celestial, no eran tanáticos ni necrofílicos, han poseído una concepción quizá exacta de la muerte y la transitoriedad de lo humano. Las páginas de Miguel Serrano son su mejor monumento, son invencibles y se renuevan con cada lector. Son páginas mágicas y solares que tocan los centros de poder espiritual de muy diversos escritores. Incólumes y perfectas garantizan la invisible consagración de su permanencia.