Considero una insensatez y un error capital condenar y fusilar a José Antonio en estos momentos... Sinceramente, y, hablando entre nosotros, no reconozco ninguna razón o pretexto que aconseje, y mucho menos justifique, tan precipitada e insólita decisión.
Más que una gravísima falta de tacto político, de cara al mundo interior y exterior, de nuestro Gobierno, la condena de Primo de Rivera tiene todas las trazas de obedecer a una turbia maniobra planeada por una camarilla de individuos de indudable peso político en las altas esferas del Ejecutivo republicano interesados en echar más leña al fuego de la discordia civil; en exacerbar aún más las pasiones ya desatadas y desbordadas hasta límites inverosímiles en los cuatro cuadrantes de nuestra España en llamas.
Y estoy de acuerdo con los militantes libertarios de Madrid en que, al sentenciar a José Antonio, el Tribunal Popular ha sentenciado, irremesiblemente, a muchos españoles antifascistas de la zona franquista, por cuyas vidas yo no apostaré un sólo céntimo a partir de mañana.
Con la muerte de José Antonio, si llega a consumarse, morirá también toda esperanza de reconciliar a los españoles antes de muchas décadas. Pero, en esta guerra, cada día menos civil y más internacional, se ventilan muchos intereses extraños a los propios españoles que, ni el mismo Gobierno de la República está en condiciones de desestimar o combatir. Asesores militares, políticos y policiales soviéticos están arribando en número creciente a nuestra zona, al amparo de la interesada aportación del Kremlin a la causa republicana. Los manda Stalin, y no precisamente para ayudarnos a ganar la guerra, sino para ayudar a los comunistas españoles a hacerse con el control absoluto de los resortes del poder político y militar de la República.