Antiguos camaradas de esperanzas y de luchas, hermanos dolorosos de mi generación: aquí estamos de nuevo después de toda esta noche; por encima de la tormenta furiosa hemos sobrevivido, por debajo de las olas, del drama y de la muerte, como náufragos, casi apenas vivos, semiahogados, con el alma cruzada de heridas que aún no cicatrizan y con la emoción y la conciencia de estar permaneciendo en el centro mismo de una tragedia cósmica y humana.
Después de tantos años, del silencio impuesto y de las mismas lágrimas viriles, aquí estamos otra vez, empinados sobre un corazón que todavía late, que aún es joven y capaz de abarcar el mundo.
Yo tenía que hablar en esta noche para dirigirme a los jóvenes de Chile, a los jóvenes del mundo. Quiero hablar, porque al hacerlo me estoy justificando. Y junto conmigo justificaré a todos aquellos que en medio de este tiempo aún permanecen inadaptados y extraños, en una realidad mediocre y utilitaria, regida solamente por las imperiosas relaciones del comercio y por los intereses materialistas, que conforman el «orden» burgués, el «sentido común» y el «buen criterio», muletillas de la mediocridad del corazón cobarde y del egoísme que corroe a la tierra.
Después de todo este tiempo, a través de la oscuridad, quiero todavía justificar a los eternos locos, a aquellos que serán siempre niños, siempre ingenuos, siempre ilusos, dispuestos a morir en lid contra lo monstruoso del anquilosamiento y la cárcel de «lo establecido».
Quiero explicaron, camaradas, lo que es el héroe.
Héroe fue el primer hombre que a conciencia abandonó el cielo, para descender a esta tierra, donde en el barro se olvida a veces de su gloriosa estirpe de aventurero eterno. Y héroe sigue siendo aquel que lucha contra la miseria del barro que lo envuelve, para tratar de volver a su lejano origen, como un hijo pródigo; o que golpea las puertas de la locura, los muros de lo imposible y se despedaza a sí mismo en el holocausto. Será el loco, el héroe o el revolucionario en este mundo, el que salvará el destino de la humanidad impidiendo que la mayoría se doblegue y pierda el sentido de la gran aventura cósmica, quedando prisionero dentro de la cárcel estática de lo establecido. Por ello, el hombre se reincorpora otra vez a su angustioso camino de aventurero de la eternidad.
Y en este camino no hay patria ni naciones, pues el héroe pertenece a una sola familia universal. Héroes fueron aquellos que defendieron el paso de las Termópilas y los que junto a Alejandro conquistaron el Asia. Héroes fueron los caballeros teutones, los españoles de Hernán Cortés y, en nuestro tiempo, las juventudes que en cualquier lugar del mundo se han inmolado por un ideal, al son de sus canciones y junto al color de sus banderas.
Chile ha sido siempre un país pródigo en héroes. En este momento recordamos a aquellos muchachos de nuestra generación, que hace diez años ya, en un 5 de septiembre, fueron inmolados en la santa locura de un ideal. Su ejemplo es viva llama que hace señales al futuro. En él los jóvenes pueden ver un camino abierto, un impulso salvador que los levante por sobre el desaliento, la miseria de los días, la mediocridad y la vejez del cerebro.
El héroe siempre muere joven porque los dioses se lo llevan a vivir con ellos. El héroe siempre será un niño, que nada sabe en este mundo fuera de dar su vida. Y la paradoja es que su muerte es la que da vida y aliento de refresco a este mundo. El héroe es la primavera de la tierra y su sangre es la vida que vivifica el árbol del espíritu.
Yo creo, camaradas, que hay una hermandad profunda entre los héroes del mundo. Y cuando se cumple el sacrificio de un héroe, todos aquellos que un día también lo fueron vienen a confrontarlo en su camino y en su último trance.
Hace diez años, sobre la negra Torre del Seguro Obrero, donde pasaron a la eternidad nuestros hermanos, también estuvieron presentes los antiguos héroes de la historia y aquellos muchachos que en nuestros tiempos tuvieron idéntico destino. Y yo estoy convencido, camaradas, que en esta dura guerra, cuando entre el hierro, la metralla y la muerte, la juventud revivía gestas inmortales resurgidas del corazón de la leyenda, en defensa de los eternos valores del espíritu, yo estoy convencido que junto a ellos también estuvieron presentes nuestros mártires chilenos del 5 de septiembre, luchando de nuevo, reconfortando a sus camaradas de ideales heroicos y muriendo ahí, otra vez, como morirán eternamente en la historia de la humanidad, hasta que en este mundo la salvación de todos sea posible gracias a su sacrificio y a su dolor.
Camaradas —sabedlo ahora en esta noche—, nada importa, nada se ha perdido y todo se ha ganado, desde el momento mismo en que aún estamos aquí reunidos, siempre jóvenes, siempre románticos e inexpertos, con la misma fe y con la seguridad de que la sangre vertida salvará a Chile, como ha salvado al mundo. Porque la sangre es el mar del espíritu, y sobre el haz de la sangre —como sobre el haz de las aguas—flota del Espíritu de Dios.