Entre los diversos registros sobre la literatura argentina, y de la Región Austral, se hace notar en entrevista para Vértigo la voz rebelde del escritor argentino Juan Pablo Vitali.
Entre los diversos registros sobre la literatura argentina, y de la Región Austral, se hace notar en entrevista para Vértigo la voz rebelde del escritor argentino Juan Pablo Vitali, quien siendo un outsider se atreve a trazar un decaimiento de su empuje creativo, remarcando la influencia europeísta en un proyecto de peculiar criollismo opuesto a la raíz cosmopolita de Sarmiento y afirmando una visión original e inimitable de Argentina.
Estima, así, que solo por la asistencia espiritual de pueblos iberoamericanos Argentina entenderá a Borges y a Perón.
Vitali denuncia el establecimiento del mandarinato decentístico y lo tornadizo de su código de honor literario, refiriéndose al oprobio que se cirnió sobre la figura del escritor fascista Drieu La Rochelle.
Autor del poemario Ser disidente, publicado en España y traducido en varias lenguas, tiene en preparación otros dos libros. Un cruce de corrientes contra lo que se acostumbra.
—¿Cuál ha sido su trayectoria literaria?
—No tengo, en rigor, lo que se llama una trayectoria literaria. La literatura, como todo, tiene sus circuitos y yo estoy fuera de todos ellos. Escribo, como decía Nietzsche, para todos y para nadie. La red, con sus desventajas, me ha posibilitado cierta difusión, sobre todo en España, donde me han publicado un libro y saldrá otro.
Respecto de los símbolos de identidad, creo que son ellos los que escriben por mí: aquellos hombres y mujeres de mi niñez y su mágico mundo. Argentina fue el centro, un corazón donde latían todos los exilios, donde se podía encontrar un templo griego o una obra arquitectónica futurista. Todo eso está en claro proceso de extinción y solo espero a veces poder escribirlo, como un tango.
—La literatura argentina es de las más importantes del orbe hispánico. ¿Se ha mantenido esta línea ascendente?
—Sin épica y sin mitos, todo muere; en primer lugar, la literatura. Y la Argentina ya carece de épica y de mitos, a no ser el patético Maradona. Nuestras dos líneas históricas tuvieron sus errores y sus mitos, pero ambas provenían en última instancia de lo mismo: de la descendencia europea, del criollismo. Borges se consideraba tan criollo como Perón y ambos eran receptores de una misma cultura bifurcada y a menudo en guerra. Así como Borges escribió sobre el Martín Fierro, un peronista culto no puede dejar de leer a Borges. Aun en esa lucha interior, la búsqueda era elevada. Ni Borges ni Perón negaban a España, por ejemplo. Hoy sí se niega. Argentina se ha suicidado culturalmente y no creo que tenga salvación por sí misma. Solo una elite lúcida de todo el continente podría revertir eso. Gente de México, de Brasil, de Chile… No sé, algo más allá, algo grande.
—Desde Sur, Victoria Ocampo promovió la obra de Drieu La Rochelle si bien, con los avatares de la guerra, se distanció para quedar en el campo de los “vencedores”. ¿Hay interés literario en justeza?
—Hace poco leía en una vieja revista Sur la conferencia dada por Victoria Ocampo ante el suicidio de Drieu. Una necesidad de lo políticamente correcto, una justificación de por qués y de motivos absolutamente innecesaria. No se necesita justificar a un amigo justo cuando se ha matado, pero el sistema se lo exigía para seguir siendo quien era. Ella, que se creía la cumbre de la aristocracia intelectual, terminó haciendo algo de muy mal gusto. Borges estuvo mejor cuando en un reportaje le marcó al periodista que no había nombrado a Drieu entre sus amigos. Borges solo quiso que se recordara a Drieu; era demasiado inteligente como para entrar en bajas justificaciones. Victoria Ocampo tuvo que jugar el papel de lo que representaba, ella hacía política cultural —con mucho de positivo, por cierto—; Borges, en cambio, era Borges… y lo sabía. Es la diferencia entre ser y representar. Hoy ya no hay filtro, el dominio cultural no permite grietas. Ya no le hace falta negociar, todo es un insolente marasmo de bajezas.
—¿Considera factible que se logre una trasgresión salvífica, una obra que sea un para sí en su valor?
—Creo que hay que seguir produciendo cultura de la buena, de calidad. Lo contrario sería ir contra la propia esencia de la obra. Aunque muchos produzcan plomo, el alquimista sigue tratando de trasmutar hacia el oro, hacia la pureza de la obra. No hay que transigir; después de todo, como decía el gran Borges, todo está destinado al olvido. Los dioses no dejan de existir porque hayan sido olvidados.
—A mí me ha ocurrido que soy un autor transterrado: se me edita más en España, Argentina o Chile que en México. ¿Este fenómeno se reproduce en Argentina?
—En Argentina se editaba a principios del siglo XX en francés, en italiano, en inglés… He encontrado libros en sueco. Por supuesto, en alemán, etcétera. Fue un país donde la cultura europea, que no podía unirse en la propia Europa, aquí se unía y se compartía. Borges decía: “Ellos son italianos, españoles, franceses, ingleses, alemanes. Nosotros somos europeos”. Nuestras raíces europeas nos han dado un Cortázar, un Borges, un Mujica Lainez, un Abel Posse. El Río de la Plata es el vientre fértil de la inmigración europea; todos nuestros bisabuelos cruzaron el mar en algún momento. Es natural para nosotros que se nos lea más en Europa que en Argentina. Sobre todo ahora que Argentina odia oficialmente a Europa y la niega. En el futuro deberemos tomar una opción de hierro: o asumir a sangre y fuego nuestro origen, o descender a la marginalidad más absoluta. Y espero que otros pueblos puedan hacerlo también en su propio centro cultural. En cuanto a los centros de poder extraliterarios que tienen listas de privilegiados y demonizados, aquí pasa lo mismo, pero con un discurso de mesianismo racista indígena que es el predominante y atenta contra el ser mismo de Argentina.
—¿Para un joven escritor de su talla el espíritu se impondrá sobre los mecanismos persecutorios de la policía del pensamiento único?
—Antes de ser escritor, he sido militante. Mi familia pasó toda la vida en un estado de semiclandestinidad que se llamó “La resistencia peronista”. Para mí no es algo nuevo. No busco la gloria ni el reconocimiento. Solo un cuadro político cultural formado en una escuela de resistencia puede comprender algo de lo que pasa. El que haya leído poesía palestina o saharaui sabe de lo que estoy hablando. La poesía es para los que sufren.
—A su juicio, ¿la relación entre literatura y cultura determina la vida pública, esto es, el arte de la palabra comprende el orden de los pueblos?
—Toda guerra es una guerra semántica, de significados, de contenidos. El vacío también es un contenido, acaso el más terrible. Gramsci fijo parámetros y tenía además un hermano en las jerarquías del fascismo; lo comprendió perfectamente. Las pautas culturales determinan las conductas. Los valores determinan las conductas y la cultura es una comprensión, una gradación de valores. Esto tan simple es, sin embargo, lo más difícil de comprender para muchos, pero no para los que dominan. En los valores y significados se dirimirá si llega a ser inútil nuestra literatura.