Sobre las actividades de Falange Española en Méjico durante y tras la Guerra Civil Española
Por Francisco de Lizardi
La Falange Española Tradicionalista y de las JONS de Méjico —Delegación Territorial de México del Servicio Exterior de FET y de las JONS— surge en verano de 1937 por iniciativa de miembros de la comunidad española del Distrito Federal a meses de verse iniciada la Guerra Civil. La creación de la sección mejicana de Falange se debió en buena medida a la improvisación y a la espontánea voluntariedad de los españoles partidarios del Alzamiento en la capital del país, haciéndose jurar el obedecer «las órdenes y disposiciones dictadas por el Caudillo».
La Jefatura de la Falange en Méjico estuvo en manos de Augusto Ibáñez Serrano, español de origen asturiano nacionalizado mejicano que además fungirá como representante oficioso de la España nacional durante la suspensión de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Ramón María Pujadas, primer secretario de la Embajada republicana en Méjico, entregó el archivo de la embajada a Ibáñez luego de ser suspendido de la representación española y ser expulsado del país tras pronunciarse a favor del Alzamiento Nacional en julio de 1936, convirtiéndose extraoficialmente en comisionado de la España de los nacionales actuando a través de la Legación de Portugal, canal de contacto entre partidarios del gobierno de Burgos en Méjico, en la cual Ibáñez sostenía un puesto consular.
La Falange en Méjico sesionaba en centros de encuentro social de la colonia española, particularmente el Real Club de España, la Beneficencia Española y el Casino Español; además de contar con un local propio en la calle de Mesones. Al igual que el resto de secciones del Servicio Exterior de Falange, la Delegación mejicana organizaba actividades recreativas como colectas, tómbolas, bailes, fiestas y banquetes conocidos con el nombre de Plato Único con el fin de recaudar fondos que eran enviados a España. Entre otras gestas, la Delegación asume la tarea de difusión del ideario nacional-sindicalista mediante la producción y edición de brevísimos panfletos, además de publicar la revista —aunque de limitado tiraje— «Unidad» como órgano oficial del Servicio Exterior en el país. La Delegación de Falange en Méjico consigue el patrocinio de algunos comercios y negocios españoles, además del financiamiento de importantes empresarios como Vicente Villasana González e Ignacio Herrerías, ambos de filiación falangista.
Surge además la Falange de enrolamiento franquista que lleva a cabo el reclutamiento clandestino de voluntarios españoles y mejicanos, enviando a alrededor de cien hombres a España que viajan en el transatlántico alemán Orinoco desde Veracruz durante el transcurso de la guerra. Mientras que las actividades profranquistas fueron celebradas por agrupaciones nacionales afines como la Confederación de la Clase Media —organización heredera del Partido Fascista Mexicano—, la Unión Nacionalista Mexicana, Acción Nacional, la Unión Nacional Sinarquista, etc., estas hallaron fuente de escarnio y denuncia pública entre grupos de izquierda como la Confederación de Trabajadores de México y el Partido Comunista Mexicano, los cuales exigieron no pocas veces la supresión y expulsión de los que llamaban «gachupines fascistas» del país.
Pese a las presiones, la el Servicio Exterior de Falange se sostiene al declararse respetuosa con de los gobiernos y las leyes de los países anfitriones, además de las excelentes relaciones que Ibáñez Serrano mantiene con el Secretario de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay. Esta tolerancia inquietó a figuras de la izquierda revolucionaria, entre ellos al líder socialista de origen sefardí Vicente Lombardo Toledano, Rosendo Gómez Lorenzo o David Alfaro Siqueiros, quien amenazó con tirotear la sede Falange a su regreso al país. La Falange en Méjico se convirtió entonces en el principal valedor de los intereses de la España Nacional en el contexto del cardenismo, período durante el cual el gobierno de Méjico mostró una invariable deferencia hacia la representación de la España republicana. Desde el diario Novedades, el pintor y escritor filofascista mejicano Gerardo Murillo (Dr.Atl) insistía en que ya era hora «de que México reconozca a quien ha derrotado el comunismo en España.»
Otras personalidades como Alfonso Junco —autor hispanista mejicano a quien le fue concedida la Orden de Isabel la Católica por el gobierno de Franco en 1947— celebraron el triunfo del Bando Nacional, hallando en este la posibilidad de un «renacer imperial hispano»: «No existen ambiciones imperiales de España en sentido materialista. La palabra Imperio tiene para ellos sentido espiritual. Así lo no ha declarado, rotundamente, Franco (...) Por Imperio designan pujanza que acelere un resurgimiento de cultura y prestigio.» Este fue también el caso del intelectual católico Jesús Guisa y Azevedo, también miembro del Consejo de la Hispanidad de Madrid y ahínco defensor del proyecto hispanista del régimen franquista, quien comentaría con respecto al final de la Guerra Civil de la siguiente manera: «Triunfó la civilización y este triunfo viene a probar la bondad y la eficacia del hombre, su instinto de salvación, su deseo de vida (...) El mundo nuevo empezó con Franco, aunque no quieran los politicastros refugiadetes.»
A un día de la proclamación del triunfo de las fuerzas nacionales, la Falange convocó una celebración en el Casino Español del Distrito Federal. El evento fue presidido por Augusto Ibáñez Serrano, Alejandro Villanueva Plata, representante de la Falange en América, Genaro Riestra Díaz, presidente interino en Méjico de la Falange peninsular y futuro gobernador civil de Vizcaya, los representantes de los cuerpos diplomáticos de Portugal, Alemania, Japón e Italia y los presidentes de distintas organizaciones españolas en Méjico. En el acto, Alejandro Villanueva afirmó que «la España de hoy no aspira ni tiene interés en reconquistar con las armas las veinte naciones en que en otra época extendió sus dominios, pero sí querría recuperar el dominio espiritual sobre ellas.» A su término, un grupo de falangistas se presentaron en la sede de la socialista y prorrepublicana CTM gritando mueras al comunismo y vivas a la nueva España y su Caudillo. Como respuesta, los cetemistas se presentaron días más tarde arrojando piedras a la fachada del casino.
El caso llegó a oídos del presidente Cárdenas, quien ordenó al secretario de Gobernación, García Téllez, poner fin a la cuestión. Por la noche del 3 de abril la Secretaría de Gobernación emitió un boletín que anunciaba el desconocimiento de la personalidad política de la Falange. Se informó además de la aprehensión de Villanueva Plata, de Genaro Riestra y de José Celorio Ortega, cabecillas falangistas del Distrito Federal quienes fueron conducidos a Veracruz para su deportación a los Estados Unidos. A partir de este momento, la Falange en Méjico limitaría sus actividades a eventos privados, dándose por concluida la presencia abierta de la Delegación. A raíz del bombardeo a la base naval de Pearl Harbor, y de la consiguiente declaración de guerra por parte de los Estados Unidos a las potencias del Eje, se llevó a cabo en Iberoamérica una campaña mucho más agresiva contra las organizaciones afines en el continente.
Durante enero y febrero de 1942, el corresponsal del New York Times en Méjico, Harold Challender, publicó una serie de artículos sobre las actividades de Falange en el país, que por el tono y grado de falsedades llamó la atención del embajador español en Washington. En abril del mismo año, la Embajada estadounidense en Méjico informó a la Secretaria de Relaciones Exteriores sobre la existencia de una «milicia armada de la Falange y un Servicio de Inteligencia Militar español» en el país. Dicho informe insinuaba la necesidad de suprimir la Delegación mejicana de Falange. Esta insinuación se convirtió en presión al poco tiempo de que Méjico declarase la guerra al Eje. El 20 de junio de 1942, Ibáñez Serrano fue llamado por el secretario de Gobernación, Miguel Alemán, quien por orden del presidente Ávila Camacho le solicitaba la disolución de la Falange en Méjico.