No hace mucho, a principios de agosto, un joven japonés intentó atacar con un cuchillo al secretario de Estado estadounidense, el Sr. William Rogers, en el aeropuerto de Tokio. La reacción de la prensa japonesa fue insultar a este individuo y condenar su acción.
El hombre explicó que tenía la intención de herir a un representante estadounidense a modo de represalia; los japoneses que participaron en la campaña contra la base estadounidense en Okinawa habían sido heridos por las bayonetas estadounidenses, afirmó. No le guardaba rencor personal a Rogers, dijo. Tampoco había pertenecido a ninguna organización de derecha.
Yo mismo no apoyo el terrorismo; ni apoyo el espíritu detrás de la acción de este joven. Sin embargo, me interesa mucho el hecho de que todos los periódicos japoneses lo insultaran, mostrando todos la misma reacción histérica. Cualquiera que fuera la afinidad política del periódico (izquierda, centro, derecha), la reacción fue la misma. Tal histeria sólo la muestran las personas que tienen algo que ocultar. ¿Qué está tratando de ocultar la prensa japonesa bajo toda esta ira y abuso?
Miremos un poco hacia atrás. Durante los últimos 100 años, los japoneses han realizado enormes esfuerzos para hacer de su país un paradigma de la civilización occidental. Esta postura antinatural ha sido traicionada muchas veces; ¡la pezuña hendida¹ ha sido demasiado visible! Después de la Segunda Guerra Mundial, la gente pensó que el mayor defecto de Japón había quedado al descubierto. A partir de entonces, Japón llegó a figurar entre las principales naciones industriales y ya no necesitaba temer la traición a sí mismo. Todo lo que se considera necesario es que nuestros diplomáticos anuncien la cultura japonesa como amante de la paz, simbolizada por la ceremonia del té y por el ikebana (arreglo floral).
En 1961, cuando Inejiro Asanuma, presidente del Partido Socialista, fue asesinado en Tokio, yo me hallaba en París. Asanuma fue apuñalado por un militante de derechas de 17 años, Otoya Yamaguchi; el joven se suicidó casi inmediatamente después en la cárcel. En ese momento, el teatro Moulin Rouge de París mostraba una Revue Japonaise que incluía una escena de lucha con espadas. La Embajada japonesa en París se apresuró a sugerir al Moulin Rouge que la escena debía ser eliminada de la revista, para así evitar «malentendidos». El miedo a los malentendidos es a veces miedo a la revelación.
Abanicos blancos sobre sus cabezas
Siempre viene a mi memoria la Rebelión de Shinpūren de 1877, ese incidente que mantiene hoy entre los intelectuales japoneses la reputación de haber hecho gala del fanatismo y la irracionalidad nipona; una cosa verdaderamente vergonzosa que no debería ser conocida por los extranjeros. El incidente ocurrió durante una revuelta encabezada por unos 100 ex samuráis obstinados, conservadores y chovinistas. Odiaban todo lo occidental y consideraban al nuevo Gobierno Meiji hostilmente como un ejemplo de la occidentalización de Japón. Incluso colocaban abanicos blancos sobre sus cabezas cuando tenían que pasar por debajo de las líneas eléctricas, argumentando que la «magia» del oeste les ensuciaba.
Estos samuráis resistieron todas las formas de occidentalización. Cuando el nuevo gobierno promulgó una ley que abolió el uso de las espadas, despreciando así estos mismos símbolos del espíritu sarnurai, 100 rebeldes atacaron un cuartel del occidentalizado ejército japonés con nada más que sus espadas y lanzas. Muchos fueron derribados por rifles importados del oeste; y todos los sobrevivientes cometieron hara-kiri.
Arnold Toynbee escribió en The Study of History que la Asia del siglo XIX sólo tenía estas alternativas: aceptar Occidente y sobrevivir después de rendirse por completo a la occidentalización; o resistir y perecer. Esta teoría es correcta, sin excepción.
Japón, de hecho, construyó una nación moderna y unida al aceptar la occidentalización y la modernización. Durante este proceso, el acto puro de resistencia más sorprendente fue la revuelta de Shinpūren. Otros movimientos de resistencia fueron más políticos, carentes de la pureza ideológica y el elemento cultural del ejemplo de Shinpūren.
Así, la capacidad japonesa para modernizar e innovar, a veces de una manera casi astuta, llegó a ser muy elogiada, mientras que otros pueblos asiáticos llegaban a ser menospreciados por su pereza. Sin embargo, la gente en Occidente entendía poco de los sacrificios que los japoneses estaban obligados a hacer.
Lejos de intentar aprender sobre esta realidad, Occidente prefiere ceñirse a la idea del peligro amarillo, intuyendo algo oscuro y siniestro en el alma asiática. Lo que es más exquisito en una cultura nacional está íntimamente ligado a lo que también puede ser más desagradable, al igual que en la tragedia isabelina.
Japón ha tratado de mostrar sólo un lado de sí mismo, un lado de la luna, hacia el Oeste, mientras avanza afanosamente con la modernización. En ninguna otra época de nuestra historia ha habido sacrificios tan grandes de la totalidad de la cultura, la cual debe abrazar por igual la luz y la oscuridad.
En los primeros 20 años de mi vida, la cultura nacional estuvo controlada por el puritanismo antinatural de los militaristas. Durante los últimos 20 años, el pacifismo se ha sentado pesadamente sobre el espíritu samurái, una carga sobre el alma «española» de los japoneses, que se estimula fácilmente. La hipocresía de las autoridades ha calado en la mente del pueblo, que no encuentra salida. Por donde quiera que la cultura nacional busque recuperar su totalidad, incidentes casi demenciales ocurren. Tales fenómenos se interpretan como el trasfondo del nacionalismo japonés. Estallando intermitentemente como lava a través de las grietas de un volcán.
Una acción radical conspicua como la realizada recientemente por los jóvenes en el aeropuerto de Tokio puede explicarse en esos términos. Sin embargo, pocas personas notan que tanto la derecha como la izquierda en Japón están atacando el nacionalismo bajo todo tipo de caretas internacionales. El movimiento contra la guerra de Vietnam en Japón era predominantemente de izquierda y, sin embargo, apelaba fuertemente al nacionalismo, un extraño tipo de nacionalismo por poderes. Hasta que comenzó la guerra, pocos japoneses habrían sabido dónde es que se ubica Vietnam.
El nacionalismo se utiliza de una forma u otra con fines políticos y, por lo tanto, la gente a menudo pierde de vista el hecho de que el nacionalismo es básicamente un asunto de cultura. Por otro lado, los 100 samuráis que atacaron un cuartel del ejército moderno usando sólo espadas reconocieron este hecho. Su acción temeraria y su inevitable derrota fueron necesarias para demostrar la existencia de cierto espíritu esencial. Su ideal era difícil; fue la primera profecía radical del peligro inherente a la modernización japonesa que anunciaba la degradación de la totalidad de la cultura. La dolorosa condición de la cultura japonesa, lo que sentimos hoy, es el fruto de lo que los japoneses sólo podían percibir vagamente en el momento del incidente de Shinpūren.
"Durante los últimos 20 años, el pacifismo se ha sentado pesadamente sobre el espíritu samurái, una carga sobre el alma «española» de los japoneses, que se estimula fácilmente". Este fragmento de la admonición de Mishima de hace 60 años resulta especialmente doloroso leerlo en la España de hoy... Gracias por la aportación, Francisco de Lizardi.