“Anhelamos desde el fondo de nuestro corazón la victoria del nacional-socialismo, conocemos lo mejor de sus fuerzas, el entusiasmo que lo lleva; conocemos lo sublime de los sacrificios que le son consentidos fuera de toda duda. Pero sabemos también que no podrá abrirse un camino combatiendo…más que si renuncia a todo aporte residual salido de un pasado terminado”1.
Estas frases han sido escritas por Ernst Jünger durante el verano de 1930. ¿Por qué, se pregunto uno hoy, Jünger no ha encontrado el camino adhiriendo al movimiento de ese hombre, aparentemente capaz de transportar y de imponer las ideas de Jünger y del “nuevo nacionalismo” en la realidad del poder y de la política? Mi intención, en lo que sigue, no es un análisis meticuloso, profundo, sistemático de la historia de las ideas. No apunta más que a mostrar cómo una personalidad individual y carismática del temple de Ernst Jünger, que ha festejado sus 100 años en marzo último, ha podido mantener su originalidad en la era de la Kampfzeit de la NSDAP.
1. Ernst Jünger y Adolf Hitler
El juicio emitido por Jünger sobre Hitler ha variado en el curso de los años: “Este hombre tiene razón”, luego “este hombre es ridículo”, o “este hombre es inquietante” o “siniestro”2. En 1925, Jünger pensaba aún que la figura de Hitler despertaba indudablemente, como la de Mussolini, “el presentimiento de un nuevo tipo de jefe”3. La descripción de un discurso del joven Hitler por Jünger nos comunica muy netamente ese “fluido”: “Yo conocía apenas su nombre cuando lo he visto en un circo de Munich donde él pronunciaba uno de sus primeros discursos…En esa época, he sido embargado por algo diferente, como si yo experimentara una purificación. Nuestros esfuerzos inconmensurables, durante cuatro años de guerra, habían conducido no solamente a la derrota, sino a la humillación. El país desarmado estaba cercado de vecinos peligrosos y armados hasta los dientes, estaba despedazado, atravesado por corredores, saqueado, succionado. Era una visión siniestra, una visión de horror. Y he aquí que un desconocido se levantaba y nos decía lo que había que hacer, y todos sentían que él tenía razón. El decía lo que el gobierno habría debido decir, no literalmente, sino en el espíritu, en la actitud, o lo que el gobierno habría debido hacer tácitamente. Veía el abismo que se abría entre el gobierno y el pueblo. Quería llenar ese foso. Y no era que pronunciase un discurso. Encarnaba una manifestación de lo elemental, y yo acababa de ser arrebatado por ella”4.
Después de que hubiese recibido de Hitler un ejemplar de su libro autobiográfico y programático, el famoso Mein Kampf, Jünger le envió todos sus libros de guerra. Uno de esos ejemplares de homenaje, más precisamente Feur un Blut, lleva una dedicación el 9 de enero de 1926: “!A Adolf Hitler, Führer de la Nación! -Ernst Jünger”. Más tarde, el mismo año, Hitler anuncia su visita a Jünger en Leipzig; ella en todo caso no ha tenido lugar a causa de una modificación de itinerario. Después Jünger ha escrito a propósito de este acontecimiento: “Sin duda, esa visita se habría desarrollado sin resultados, tal como mi encuentro con Ludendorff. Pero ciertamente habría traído desgracia”5. En 1927, Hitler le habría ofrecido un mandato de diputado de la NSDAP en el Reichstag. Jünger ha rehusado. Consideraba que la composición de un solo verso tenía mayor interés que la representación de 60.000 imbéciles en el Parlamento.
Las relaciones entre los dos hombres se han enfriado claramente a continuación, sobre todo después de que Hitler prestara el “juramento de legalidad” en octubre de 1930 ante el Tribunal del Reich en Leipzig: “Yo presto aquí juramento ante Dios Todopoderoso. Declaro que cuando llegue legalmente al poder, crearé tribunales de Estado en el marco de un gobierno legal, a fin de que sean juzgados según las leyes los responsables de la desdicha de nuestro pueblo”. A esto se agrega que Jünger y Hitler no juzgaban de la misma manera la cuestión de los atentados con bombas perpetrados por el movimiento campesino de Landvolk en el Schleswig-Holstein.
Jünger criticaba a Hitler y a su movimiento porque eran demasiado poco radicales; al cabo de algunos años, finalmente el escritor juzgaba al condottiere político como un “Napoleón del sufragio universal”6. Sin embargo, permanecían de acuerdo sobre el objetivo final: el combate incondicional sobre el Diktat de Versalles y contra la decadencia liberal, lo que implicaba la destrucción del sistema de Weimar.
Jünger: “Nosotros nos hemos movilizado del modo más extremo en esta grande y gloriosa guerra por defender los derechos de la Nación, nos sentimos hoy también llamados a combatir por ella. Todo camarada de combate es bienvenido. Constituímos una unidad de sangre, de espíritu y de memoria, somos “el Estado en el estado”, la falange de asalto, alrededor de la cual la masa deberá cerrar filas. No nos gustan los largos discursos, una nueva centuria que se forja nos parece más importante que una victoria en el Parlamento. De cuando en cuando, organizamos fiestas, para dejar al poder desfilar en filas apretadas, y para no olvidar cómo se hace moverse a las masas. Centenares de miles de personas vienen desde ya a participar en esas fiestas. El día en que el Estado parlamentario se derrumbe bajo nuestra presión y nosotros proclamemos la dictadura nacional, será nuestro más bello día de fiesta”7. Pero cuando un partido nacional toma realmente el poder y derriba el sistema de Weimar, Jünger se arroga el derecho de decir sí o no, caso por caso, a lo que ocurría frente a él.
En 1982, Jünger respondió a la pregunta sobre qué reprochaba realmente a Hitler: “Su actitud resueltamente contraria al derecho desde 1938. Estoy aún plenamente de acuerdo con Hitler en su política en los Sudetes y en su Anschluss de Austria. Pero he reconocido bien pronto el carácter de Hitler…”8. La inquietud de Jünger era la salvación del Reich y no la suerte de una persona. Un año después del hundimiento del nacional-socialismo escribe: “Pocos hombres en los tiempos modernos han suscitado tanto entusiasmo entre las masas, pero también tanto odio como él. Cuando supe la noticia de su suicidio, se me ha quitado un peso del corazón; a veces había temido que fuera expuesto en una jaula en una gran ciudad extranjera. Eso, al menos, nos ha sido ahorrado”9.
2. El “nuevo nacionalismo”
Favorecido por sus altas condecoraciones militares ganadas en la Primera Guerra Mundial, así como por la notoriedad de sus libros de guerra, Jünger deviene la figura simbólica del “nuevo nacionalismo”. Alrededor de este concepto de han reunido entre 1926 y 1931 algunas revistas, en las cuales no solamente Jünger escribe numerosos artículos, sino que es co-editor de ellas. Estas revistas se llaman Standarte, Ariminius, Der Vormarsch y Die Kommenden. Los editores eran Franz Schauwecker, Helmut Franke, Wilhelm Weiss, Werner Lass, Karl O. Paetel, etc. Entre otros autores de estas publicaciones citemos, por ejemple, Ernst von Salomon, Friederich Hielscher, Friederich Wilhelm Heinz, Hans Johst, Joseph Goebbels, Konstantin Hierl, Ernst zu Reventlow, Alfred Rosenberg y Werner Best. En el curso de esos últimos años de la República de Weimar, es típico notar que esos “rebeldes”, situados entre la extrema derecha y la extrema izquierda, se han encontrado permanentemente con comunistas oficiales o disidentes, con nacional-socialistas fieles u hostiles al partido. Entre esos obscuros círculos de debates, estaba la Gesellschaft zum Studium der russichen Planwirtsschaft (“Sociedad para el estudio de la economía planificado rusa”). Se esperaba sobre todo, frecuentando este círculo, conocer la opinión de Ernst Jünger.
Es interesante conocer el destino ulterior de los hombres que rodeaban entonces a Ernst Jünger y que eran los principales protagonistas de los fundamentos teóricos de ese “nuevo nacionalismo”: Helmut Franke ha caído en combate, comandando una cañonera sudamericana; Wilhelm Weiss ha sido promovido a jefe de servicio en la redacción del Völkischer Beobachter y, más tarde, a jefe de la Asociación Nacional de la Prensa Alemana; Karl O. Paetel ha preferido emigrar; Friederich Wilhelm Heinz ha llegado a comandante del regimiento “Brandenburg”, al cual estaba especialmente confiada la guardia de la Cancillería del Reich; y el doctor Werner Best ha lelgado a ser oficialmente, de 1942 a 1945, ministro plenipotencierio del Reich nacional-socialista en Dinamarca, después de haber desempeñado altas funciones en el Reichssicherheitshauptamt (Jefatura de Seguridad del Reich). Uno se asombra hoy de comprobar cuán variados y diferentes eran los caracteres y los tipos humanos de esos ideólogos del “nuevo nacionalismo”. Todos estaban unidos por un sentimiento existencial, el del “realismo heroico”, término que muchas veces ha utilizado Ernst Jünger para definir la actitud fundamental de su visión del mundo10. De hecho, una actitud tal se encuentra en la mayor parte de los teóricos de esta época, comprendidos, por ejemplo, un Oswald Spengler (Preussentum und Sozialismus, Der Neubau des Deutschen reiches), Arthur Moeller van den Bruck (Das Dritte Reich) y Edgar Julius Long (Die Herrschaft der Minderwertigewen).
Jünger quería unirse a esta falange olímpica publicando a su vez una suerte de “obra standard”. En la publicidad de un editor se descubre el anuncio de un libro de Jünger que se titularía Die Grundlage des Nationalismus, pero que nunca ha aparecido. Si el libro hubiese sido impreso, sin ninguna duda sería hoy la fuente por excelencia. La obra debería haber incluído también un ensayo titulado “Nationalismus und Nationalsozialismus”, que sólo ha aparecido en 1927 en la revista Arminius. El colmo en este ensayo es la proposición de hacer del nacional-socialismo un instrumento de acción política práctica (“en el movimiento de Hitler se encuentra más fuego y sangre que lo que la llamada revolución ha sido capaz de suscitar en el curso de todos estos años”) y hacer del nacionalismo, que Jünger reclamaba para sí, el laboratorio ideológico. Desde 1925, Jünger exhortaba en su llamada “Schliesst euch zusammen!” (¡Cerrad filas!) a los grupos rivales a formar un “Frente nacionalista final”11. Pero este frente jamás ha visto la luz, “la llamada ha quedado sin eco, se ha desvanecido en los discursos mezquinos de secretarios de asociación que querían tener absolutamente la última palabra” (Karl O. Paetel).
A medida que la aversión de Jünger hacia la democracia crecía, su rechazo de Hitler aumentaba también. Mientras que esos herejes desarrollaban entre ellos un gran número de “resis especiales sobre el nacionalismo”, tanto y tan bien que ninguna unidad real podía emerger, la NSDAP de Hitler corría de victoria electoral en victoria. Formulando y afinando sus especulaciones, muchos intelectuales del “nuevo nacionalismo” verdaderamente habían perdido contacto con las realidades. Ernst von Salomon describe las debilidades del nacionalismo teórico de manera muy colorida en su Cuestionario: “Nunca se insistirá bastante al decir cómo las emociones intelectuales de esos hombres combativos pertenecientes al “nuevo nacionalismo” se extinguieron en silencia. A parte del número ridículamente débil de abonados a algunas revistas, nadie se fijaba en ellos, y nosotros alcanzábamos un alto grade de excitación cuando, por azar, un gran diario de la capital ecovaba en algunas líneas una u otra producción de uno de nosotros”12.
3. El Dr. Goebbels
Las relaciones entre Jünger y el Dr. Joseph Goebbels merecen un capítulo particular. Los dos hombres se encontraban ocasionalmente en las sociedades berlinesas patrocinadas por Arnoldt Bronnen o en veladas privadas entre nacional-revolucionarios. En la mayoría de los casos, intercambiaban pullas o frases cínicas. Jünger hizo saber a Goebbels que él prefería lejos el tipo del “soldado-trabajador pruso-alemán” al del “pequeño burgués en camisa parda” que proliferaba en las filas de la NSDAP o de la SA. Varias décadas más tarde, Jünger recuerda: “Goebbels me invitó. Especialmente en 1932 a asistir a uno de sus discursos ante trabajadores, en Spandau. No esperé el fin de su discurso, salí antes, y supe después que hubo un tumulto formidable en la sala. Goebbels estaba decepcionado: hemos dado a este Ernst Jünger un lugar de honor, pero cuando las cosas comienzan a calentarse y las sillas vuelan, ya no estaba ahí. Goebbels olvidaba intencionalmente decir que yo había vivido muchas otras batallas que esta riña de sala”13.
En sus diarios, Goebbels a menuda deja constancia de su decepción frente a Jünger, a quien habría querido ver adhiriendo a la NSDAP. El 20 de enero de 1926, el futuro ministro de propaganda escribía: “Acabo de terminar ayer la lectura de Tempestades de Acero de Ernst Jünger. Es un gran libro, brillante. La potencia de su realismo suscita en nosotros espanto. Impulso. Pasión nacional. Fervor. Es libro alemán de la guerra. Es un hombre de la joven generación que toma la palabra para hablarnos de la guerra, acontecimiento profundo para el alma, y que provoca un milagro al describirnos lo que pasa en su interioridad. Un gran libro. Detrás de este texto, hay un hombre de una pieza”. Cinco meses más tarde, se percibe ya una decepción: “Estoy preocupado por el “nuevo nacionalismo” de los Jünger, Schauwecker, Franke, etc. Se habla y se pasa al lado de los verdaderos problemas. Y falta allí la cosa más importante, en última instancia: el reconocimiento de la misión del proletariado” (Goebbels, Diarios, 30 de junio de 1926).
Tres años después, Goebbels rechaza definitivamente a Jünger: “Mis lecturas: Das abenteuerliche Herz (El corazón aventurero) de Jünger. No es más que literatura. Lástima por Jünger, de quien acabo de releer Tempestades de Acero. Ese era verdaderamente un gran libro, un libro heroico. Porque detrás de él había vivido de sangre, un vivido total. Hoy, se encierra y se rehusa a la vida, y sus escritor no son más que tinta, literatura” (Goebbels, Diarios, 7 de octubre de 1929). Este ajuste de cuenta durará hasta el hundimiento del Tercer Reich, cuando en el último momento, Goebbels prohíbe a la prensa alemana mencionar el 50° aniversario de Jünger.
4. El retiro
Hans-Peter Schwarz escribe en su libro consagrado a Jünger, Der Konservative Anarchist: “Un fenómeno que merece reflexión: en los años 1925-1929, cuando ningún observador objetivo hubiera dado la menor posibilidad al nacionalismo revolucionario en Alemania, Jünger se ha desempeñado como el heraldo de esta idea: pero, cuando, golpe de suerte fatídico, un Estado nacionalista, socialista, autoritario y capaz de defenderse, ha comenzado a imponerse con una evidencia terrible, sus intereses por las actividades concretas disminuyen a ojos visto. En efecto, después de las elecciones de septiembre de 1930, no había más que un solo movimiento político que podía reivindicar el éxito y pretender realizar esa visión del estado: la NSDAP de Adolf Hitler”14.
El retiro de Jünger de la política no se debía de modo inmediato al auge en potencia de la NSDAP. Varios factores han desempeñado su papel. Entre ellos, el resultado de sus estudios sobre el fascismo italiano. El fascismo (régimen) no habría sido, a sus ojos, nada más que “una frase tardía del liberalismo, un procedimiento simplificado y resumido, simultáneamente una estenografía brutal de la concepción de Estado de los liberales, que, para el gusto moderno, había llegado a ser demasiado hipócrita, demasiado verboso y, sobre todo, demasiado complicado. El fascismo, tal como el bolchevismo, no están hechos para Alemania: ellos nos atraen, nos seducen, sin poder satisfacernos, con todo, y debemos esperar para nuestro país que sea capaz de generar una solución más rigurosa”15. ¿Jünger ha adivinado esta evolución para el Reich?
Con la instalación de Jünger en Berlín, comienza su retiro. Desde entonces, no ha dejado más de darse el papel de un observador a distancia. Desde el declinar de las revistas Vormarsch y Die Kommenden en los años 1929 y 1939, abandona muy ostensiblemente la redacción de artículos políticos. Rememorando esta etapa de su vida, ha comentado el trabajo editorial como sigue: “Las revistas son como autobuses, se les utiliza en tanto se tiene necesidad de ellos, y luego uno se baja”. Y: “Uno hoy ya no puede preocuparse de Alemania en sociedad; hay que hacerlo en la soledad, como un hombre que abre brecha con un machete en la selva virgen, y que no es animado más que por una esperanza: que otros, en alguna parte de la espesura, procedan al mismo trabajo”16. Jünger había percibido que sus actividades de política cotidiana no tenían más sentido; se consagraba más y más a sus libros. Obras tales como Das abenteuerliche Herz, Der Arbeiter y Die totale Mobilmachung (“La movilización total”—del cual desgraciadamente no se ha retenido más que un eslogan) lo han vuelto célebre fuera de los círuclos estrechos que se interesaban en la política.
Otro motivo que justificaba sin duda el retiro de Jünger: su amistad con el nacional-bolchevique Ernst Niekisch, cuya revista, Widerstand, había publicado algunos artículos de Jünger. Niekisch era un solitario de la política, caprichoso y excéntrico, puesto a buen recaudo por el Estado nacional-socialista por razones de seguridad interior (sin duda con razón, desde el punto de vista de las nuevas autoridades). En un artículo titulado “Entscheidung” (Decisión), Niekisch abogaba muy seriamente por la “inyección de sangre eslava en las venas alemanas, a fin de curar a la germanidad de las influencias romanas venidas de la Europa del sur y del oeste”17. Esta idea rara no necesita comentarios de mi parte. Pero sin duda Jünger no estaba atraído por la orientación hacia el este preconizada por Niekisch, ni por su anticapitalismo lapidario; lo que le atraía secretamente en ese hombre inclasificable, era la tenacidad con que aquél defendía la “pureza de la idea”.
Como si quisiera clarificar las cosas para sí mismo, Jünger, en Sobre acantilados de mármol (que contiene rasgos autobiográficos indiscutibles), nos explica porqué él ha digo trabajado por un deseo de participar en la política activa: “Hay épocas de decadencia en las que se desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros está dibujada de antemano. Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos tambaleamos como seres a quienes falta el sentido del equilibrio (…). Mientras el instante huye para no volver más, nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías (…). Añorábamos la realidad y nos hubiéramos metido en el huelo y arrojado al fuego para matar el aburrimiento”18.
5. La “zona de las balas en la nuca”
La ruptura definitiva entre los nacional-socialistas y Jünger ha tenido lugar después de la aparición de Der Arbeiter. Herrschaft und Gestalt (1932). En numerosos escritos nacional-socialistas ese libro ha sido criticado con una severidad inaudita; se habría tratado de un “bolchevismo craso”. Thilo von Trohta escribió en el Völkkischer Beobachter: “¡Y bien! ¡Helas aquí, las interminables charlas de la dialéctica! Se juega durante trescientas páginas con todos los conceptos posibles e imaginables, se les repite indefinidamente, se acumula tantas contradicciones y, al fin, no queda, sobre todo para nuestra joven generación, sino un enigma incomprensible: cómo un soldado del frente como Ernst Jünger ha podido convertirse en este hombre que, saboreando su té y sus cigarrillos, adquiere una semejanza desesperante con esos intelectuales rusos de Dostoievsky que, durante noches enteras, discuten y discuten los problemas fundamentales de nuestro mundo”. Thilo von Trohta agrega que Jünger no ve “la cuestión fundamental de toda existencia, el problema de la sangre y del suelo”. En Jünger, piensa von Trohta, se cumple la tragedia de un hombre “que ha perdido el camino hacia los fundamentos primordiales de todo Estado”. Conclusión de von Trohta: no es la era del Trabajador la que está en tren de emerger, sino la era de la raza y de los pueblos.
Sin embargo, a pesar de esta crítica severa y violenta, von Trohta afirma que Jünger resta “uno de los mejores guerreros de su generación”, pero es para perdonarle su actitud fundamentalmente individualista: “(los literatos nacional-revolucionarios) pasan su existencia al margen de la gran corriente de la vida alemana, ritmada por la sangre; buscan siempre adeptos, pero permanecen condenados a la soledad, a quedarse frente a ellos mismos y a sus construcciones en su torre de marfil…y se observará sin cesar y con asombro que continuan queriendo representar a la juventud alemana, desconociendo los hechos reales, de modo completamente incomprensible. La “elite espiritual” de la juventud alemana no es literaria, sigue fielmente al verdadero Trabajador y verdadero Campesino: Adolf Hitler”19. La crítica alcanza su ápice en una fórmula llena de fantasía: con su obra, Jünger se aproximaría a la “zona de las balas en la nuca”. En la conclusión de un artículo de Angriff, un diario animado por Goebbels, se encuentra una frase más concreta y más mesurado, mas no obstante exterminadora: “el señor Jünger, con esta obra, ha terminado para nosotros”.
Estas críticas emanan, sin embargo, de los nacional-socialistas más inteligentes, pero ellas no caen del cielo, no eran fruto del azar. Reflejan una comprobación política hecha de ahora en adelante por las autoridades del Partido: los nacional-revolucionarios son reacios a toda disciplina de partido y quieren llevar una vida privada opuesta a los criterios dictados por los nacional-socialistas.
6. En el reino del Leviatán
En esta época, las críticas de los nacionalistas no tocan más a Jünger. Se había alejado demasiado de la política cotidiana. La “revolución nacional” de 1933 no le había hecho ningún efecto. La realidad del III Reich no era para él más que los últimos sobresaltos del mundo burgués, no era sino una “democracia plebicitaria”, última consecuencia nefasta de las “órdenes salidas de 1789”20. Para poder proseguir su trabajo en el aislamiento, deja Berlín y se instala en Goslar. Antes de esa partida, el nuevo Estado no pudo impedirse cometer algunas pesquisas donde la familia Jünger.
De una de esas pesquisas ha pasado un eco a la prensa de la época: en el Danzinger Neusten Nachricthen del 12 de abril de 1933 se puede leer: “Como se ha sabido a continuación, sobre la base de una denuncia se ha procedido a una perquisación en el domicilio del escritor nacionalista Ernst Jünger, que ha ganado en el fuego, como oficial, la Orden Pour le Mérite, durante la guerra mundial, que ha escrito varios libros sobre esta guerra, entre ellos una obras de gran éxito, Tempestades de Acero, y que, en último libro de sociología y de filosofía, Der Arbeiter. Herrschaft und Gestalt, reivindica ideas colectivistas. La perquisación no ha permitido descubrir objetos o papeles comprometedores”. La última entrega de la revista Sozialistische Nation no ahorraba sus sarcasmos: “No se ha encontrado nada, salvo la Orden Pour le Merité”. Jünger no deja flotar ninguna duda, hace saber claramente que no tenía intención de participar de ningún modo en las actividades culturales del Tercer Reich, como antes en las de la República de Weimar. Sus cartas de negativa a la Academia de Escritores de Prusia han llegado a ser célebres, al igual que su respuesta breve y seca a la radio pública de Leipzig, que lo había invitado a una transmisión. Deseaba simplemente “no participar en todo eso”. El 14 de junio de 1934 escribe a la redacción del Völkischer Beobachter: “En el suplemente “Junge Mannschaft” del 6 y 7 de mayo de 1934 he comprobado que ustedes habían reproducido un extracto de mi libro Das abenteuerliche Herz. Como esta reproducción no lleva ninguna mención de la fuente, queda la impresión de que yo pertenezco a su redacción como colaborador. Este no es el caso, hace dos años que no utiliza más la prensa como medio. En este caso particular, conviene aún señalar que estamos frente a una incongruencia: por un lado, la prensa oficial me acuerda el papel de un colaborador titular, mientras que por otro, se prohibe por comunicado de prensa oficial la reproducción de mi carta a la Academia de Escritores del 18 de noviembre de 1933. Yo no pretendo en ningún caso ser citado lo más a menudo posible en la prensa, sino que aspiro más bien a que no subsista la menor ambigüedad en cuanto a la naturaleza de mis convicciones políticas. Con mis mejores saludos, Ernst Jünger”.
Hecho significativo: de 1933 a 1945, Ernst Jünger no ha recibido la menor distinción honorífica ni beneficiado del menor homenaje oficial: “¿No encuentra Ud. curioso que yo no haya obtenido el menor premio bajo el III Reich, tanto que pretende que habría sido tan precioso para los nazis? Si tal hubiera sido el caso, habría sido cubierto de premios y distinciones”, observaba Jünger más de sesenta años después de los acontecimientos.
La vida de Jünger fue relativamente apacible desde 1934 a la guerra. Le debemos varios libros inmortales de este período, durante el cual ha confirmado su comprobación: el nacional-socialismo tiene su fase heroica detrás de él. Sin regreso, ¿Qué quedaba de ello? Su predilección por las estructuras jerárquicas, claramente delimitada. En 1982, Jünger reconocía: “Cierto, tengo debilidad por los sistemas de orden, por la Compañía de Jesús, por el ejército prusiona, por la corte de Luis XIV. Tales órdenes se me imponen”21.
Ernst Jünger ha permanecido fiel a sí mismo durante toda su existencia. Es así que Karl O. Paetel, antaño militante “nacionalista social-revolucionario”, en una excelente biografía consagrada a su amigo inmediatamente después de la última guerra, responde a las críticas de manera definitiva, por los siglos de los siglos: “¿El guerrero ha devenido pacifista? ¿El admirador de la técnica, un enemigo del progreso técnica? ¿El nihilista, un cristiano? ¿El nacionalista, un burgués cosmopolita? Sí y no: Ernst Jünger ha devenido en cierta medida ese segundo hombre sin jamás dejar de ser el primero. En ninguna etapa en el camino de su existencia Ernst Jünger se ha convertido, jamás ha quemado lo que él adoraba. Las transformaciones no son rechazos en él, sino frutos de adquisiciones, de ampliaciones de horizontes, de complementos; no se trata de nunca de devolverse, sino proseguir el mismo camino al madurar, sin detenerse en los puntos de reposo. Es así que Ernst Jünger ha encontrado su identidad, ha llegado a ser el diagnosticador de nuestro tiempo, alejado de todo dogma en su preguntar como en las respuestas que él sugiere”.
Publicado inicialmente en “Junge Freiheit” N° 47 y 48 (1994). Traducción de la versión de “Vouloir” N° 4, 1995. Extraído del N° 40 de “Ciudad de los Césares”.
E. Jünger, “Reinheir der Mittel”, en Die Kommenden, 27/12/1929
E. Jünger, Strahlungen, Die Hütte im Weinberg, Jahre der Okkupation, p. 615 (ed. DTV, 1985)
Jünger, “Abgenzug und Verbindung”, en Standarte, 13/9/25
Ver nota 2, pp. 612
Ver nota 2, pp. 617
Ver nota 2, pp. 444
Jünger, “Der Frontsoldat und die innere Politik”, en Standarte, 29/11/25
Jünger, entrevista en Der Spiegel, N°33, 1982
Ver nota 2, p. 616
La fórmula “realismo heroico” proviene del artículo “Der Krieg und das Recht”, del Dr. Werner Best (publicado en el volúmen colectivo Krieg u. Krieger, ed. por Jünger en Berlín, 1930). En cuanto a saber si esta fórmula, utilizada por Jünger, proviene originalemtne de Best, nada es seguro en un 100%.
Jünger, “Schliesst euch Zusammen”, en Die Standarte, 3/6/26
Ernst von Salomon, Der Fragenbogen, p. 244, 1952.
Ver nota 8.
Hans-Peter Schwarz, Der konservative anarchist. Politik u. Zeltkritic Ernst Jüngers, Vlt. Rombach, 1982, p. 107.
Jünger, “Über Nationalismus u. Judenfrage”, Suddeursche Monatshefte, 27, N°12, 1930
Jünger, Das abetteurliche Herz.
Ernst Niekisch, Entscheldung, p. 180 ss.
Jünger, Sobre los acantilados de mármol, Barcelona, 1962, pp.38-39
Del Völkischer Beobachter (ed. bávara), 22/10/32
Jünger, Strahlunger. Kirchhorster Blätter, p. 298 (DTV, 1985).
Ver nota 8